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dimarts, 27 de novembre del 2018

Dime de quién hablo....(los guías del desierto)

Erg Chegaga, las dunas de M'hamid
Aziz tenía diez años, cuando empezó a pasear turistas montados en camellos por los alrededores de su poblado. Él  es el mayor de los seis hijos de Abdelkader y Fadma. Nació en las dunas de M'hamid  El Guizlane, en un poblado nómada, en un lugar de Marruecos fronterizo con el desierto, cerca de la frontera con Argelia.
M'hamid el Guizlane, o Taragalte según su topónimo Amazigh original, es un pueblo pequeño, con su kashba casi subterránea, de calles estrechas, con casas hechas de adobe, unidas entre sí por el techo, para que no entre el sol abrasador en las callejuelas, en los ardientes meses del largo verano. El pueblo es tan pequeño, que todos se conocen o son familia, "demasiado pequeño", me comentaba Aziz  "porque siempre alguien descubre lo que quieres hacer a escondidas".
Camino al poblado nómada
Fue un niño listo, muy listo, avispado, como eran los chicos de su edad en aquel lugar donde , durante su infancia, el contacto con el resto del país se reducía a una televisión y una o dos líneas de teléfono en todo el pueblo, y al paso de algunas caravanas de vehículos que se adentraban en las dunas para vivir una aventura.
Apenas aprendió a leer y escribir en los pocos meses que fue a la escuela. Tenía poca paciencia, prestaba más atención a los camellos, los pastores y los jeeps que pasaban de vez en cuando que a las lecciones en la pequeña haima habilitada en el oasis, un lugar seco y árido, con algunos tamarindos y acacias,  junto a un pozo que proporcionaba agua a la tribu nómada. Aziz soñaba con conducir uno de esos jeeps, hacer carreras por las dunas con sus amigos, perderse en el horizonte entre la arena y respirar libertad al adentrarse en el medio que le dio la vida, el mágico y silencioso desierto del Sahara.
Su padre, Abdelkader o  Abdel, se dedicaba a cuidar camellos que servían para transportar mercancías entre núcleos habitados por nómadas, o , para pasear turistas ávidos de sensaciones exóticas, aventureras , o místicas incluso.
Fadma, su madre, además de cuidar de las cuatro hermanas y un hermanito de Aziz, hacer pan, lavar ropa, cocinar y atender a la abuela de Aziz, salía a vender un día a la semana al zoco de mujeres para vender o intercambiar con otros mercaderes, los camellitos de lana y algunas artesanías más para complementar la escasa economía familiar. Atravesaba la agreste y pedregosa hamada hasta alcanzar andando siempre con alguno de sus hijos a la espalda, para llegar antes de que el calor abrasara, y no regresaba hasta la tarde, por el mismo motivo: evitar los implacables rayos de sol que se reflejan en la arena, cegando la vista durante el día.
Los días pasaban despacio para todas las gentes de Taragalte. El ritmo de actividad lo marcaban las estaciones del año, los rallies de vehículos "trotadunas" que pasaban de vez en cuando , los festivales de música en primavera y en otoño, y , cómo no, la llamada a la oración desde la mezquita. Era en este momento en el que se respiraba una absoluta quietud, la actividad del pueblo se detenía por unos instantes.
Se escuchaba al almuédano o muecín,  cantando el "Al-Dhan", mientras  los hombres cesaban su actividad y acudían a la mezquita para orar una de las cinco veces que se producía la llamada. La de la tarde, al ponerse el sol, era una de las más conmovedoras, por la quietud del lugar, la luz crepuscular reflejada sobre las fachadas de las casas de adobe, que tomaban un color dorado, brillante, deslumbrante, incluso. El polvo que movía el viento cuando cambia la temperatura, los niños jugando en la calle aprovechando el descenso de la temperatura, podían conferir al pueblo un aspecto de desolación incluso, sin embargo, era paz lo que se respiraba, o calma, una absoluta calma.
Todos estos momentos, evocaban los pueblos del lejano oeste, donde nada pasaba, donde las horas no transcurrían, donde a lo lejos sólo se veía arena, dunas, y más arena, donde no se escuchaban más que las voces humanas y el cacareo de las gallinas que convivían con sus habitantes.
Cada año aumentaba ligeramente el número de visitantes de todas partes del mundo: ingleses, franceses, americanos, españoles.... y Aziz, avispado él y con ganas de comerse el mundo, fue aprendiendo, a su manera  y sin método, diferentes idiomas. Empezó por aprender los saludos, después los números: primero en inglés, después en francés, alemán, español.... se trataba de aprovechar al máximo a la gente que pasaba por allí, no desperdiciar ninguna ocasión de adentrarse con ellos en el desierto, guiarles, ganar unos dirhams y tratar de ahorrar para conseguir su sueño: un jeep que le permitiera ganarse la vida en su casa, en la hamada, en el Erg, enmedio de la nada.
Y así fue como empezó su negocio, a medida que el país iba mejorando en comunicaciones, se instalaron más líneas telefónicas, creció el número de campings e instalaciones hoteleras, campamentos en las dunas, todo ello acelerado por el acceso a internet y a darse a conocer por todo el mundo. Así fue como nació su empresa familiar, y pudo empezar a mantener a sus hermanas para que pudieran ir a la escuela, aprender a leer y escribir y estudiar en Zagora para orgullo de su hermano y de sus padres.
Un campamento en Erg Chegaga
Mientras, Aziz fue ampliando su negocio, creando un camping en el desierto con el que , además de llevar a turistas a vivir una experiencia insólita, proporcionaba bienestar a su familia y  a la de los nómadas que fueron a trabajar con él manteniendo el campamento, cocinando entre dunas y paseando en dromedario a extranjeros que buscaban experiencias "auténticas".
El ambiente que se crea en este lugar del mundo es conocido entre los grupos de viajeros y sobre todo de viajeras por la leyenda, o por la propia experiencia, del hechizo que provoca el desierto, y las pasiones que se desatan en las dunas entre guías y visitantes femeninas, no importa procedencia o edad... Forma parte del viaje para unas, y parte de la vida para otros. Si no, pregúntenle a Aziz, o a Mohamed, o a Yassin, o a Hassan, o a Ismail, o a Youness.....

dimecres, 21 de novembre del 2018

La memoria del miedo.

El cruce de frases, acontecimientos, y las circunstancias en las que se produjo aquella situación, formaron un cóctel instantáneo, una reacción química, cercana a la ya vivida en otros momentos.

Recordaba la imagen como un fogonazo. Ella mostró su malestar ante unas palabras que vivió como ofensivas, trató de decir basta, lo dijo varias veces. La situación se había vuelto demasiado incómoda para ella, no sabía cómo había podido llegar hasta allí. Ya lo había vivido antes, durante una larga etapa que, si bien empezó con amor, al final le costó lágrimas, dolor, insomnios, desánimo, desazón, tristeza.

Se propuso salir de ahí, al principio casi sin fuerzas, pero con firmeza.  Se dijo a sí misma que no volvería a pasar por el mismo túnel, tenía todas las alertas en marcha para que, si algún día eso pasaba, se dispararan como una alarma de incendios, y la avisaran de que allí había posibilidad de asfixiarse, de quemarse.

De pronto, un fogonazo ante un cóctel explosivo, como un relámpago en una tormenta perfecta, la hizo saltar hacia atrás, para quedarse en un segundo plano, contemplando la imagen y escuchando aquellas palabras como si de una voz en off se tratara. Era como si le hubieran quitado un antifaz después de permanecer a oscuras durante semanas.

No podía recordar los detalles, ni la cara de su interlocutor, ni la gente alrededor, sólo la reacción química que aquel cóctel había producido dentro de su cuerpo. Fue la emoción traducida en neurotransmisores lo que la hizo reaccionar.

Afortunadamente, durante sus sesiones de terapia para salir de la oscuridad, había tenido la ocasión de tomar consciencia del funcionamiento de su cuerpo. Sabía qué órganos se ponían en alerta, en movimiento, en tensión según la emoción que le provocaban ciertas situaciones. Una sensación de parálisis en las piernas primero. Era la memoria del miedo, el que  identificaba ahora con facilidad, tras una larga lucha por salir del shock, aquél que le producían palabras, para ella, agresivas. Aquellas que vivió siendo niña, adolescente, mujer después. Inmediatamente, atravesando el miedo, sentía, automáticamente, sin poder evitarlo, como si un resorte lo provocara, un pinchazo en el pecho, el estómago encogido, un nudo en la garganta que le impedía articular palabras congruentes, inteligibles, coherentes, acordes con el momento, con la emoción.  Era, ya lo sabía,  el preámbulo de la tristeza, de la profunda congoja, aquella que únicamente  te pueden provocar  las personas a las que quieres, cuando no te tratan como sientes que mereces.

No podía volver a pasar por ello con la intensidad de años atrás, no tenía fuerzas. O, tal vez las tenía, pero no quería  malgastarlas en soportar y luchar contra ello, debía buscar la puerta de salida, rápidamente,  cerrar la puerta cortafuegos,  la que le protegería de aquellos instantes que habían desencadenado la tormenta perfecta, la reacción química corrosiva, tóxica, hiriente.

Saltó hacia atrás, salió de ahí y gritó, con todas sus fuerzas hacia adentro: ¡Basta!

Entonces, la calma, la serenidad, la satisfacción de saberse a salvo, generaron el antídoto emocional al miedo.


diumenge, 18 de novembre del 2018

Amor a primera vista.

Traspassar aquella porta fou per a mi una immersió en un altre món, tan distint i tan proper al meu.
Es tal el continu anar i venir de persones a ca teva , que gairebé sempre la trob oberta, porta empesa, guardant la intimitat, deixant una encletxa per tal que el món alrededor es filtri com ho fan les retxes de sol per la finestra.

La sensació d'arribar a casa, treure'm la roba del damunt, i les capes que em protegeixen de l'exterior. Perquè amb tu, amb vosaltres, no calen proteccions. Una senzilla mirada als ulls , tu dins els meus, jo dins dels teus, i la completa nuesa, queda al descobert. La sensació que la primera vegada que ens mirarem era la que feia vint, o cent, enèssima creuada de mirades entre germanes que es senten còmplices per un passat comú, un passat del que no és necessari que diguem una paraula perquè tu i jo sabem quin és.

Record aquell primer dia, aquell dia en que els teus ulls cridaven als meus, i em vaig quedar enganxada a una conversa sense paraules. Erem dues dones, una davant l'altre, com dues imatges d'un mirall, simètriques, en dimensions distintes, que es reflecteixen una amb l'altre, una dins de l'altre, i així, infinites vegades, que es repliquen iguals, des de fora cap a dins, profundament, fins a l'ànima.

Des de llevors, les converses entre tu i jo sorgeixen espontàneament, m'interessa tot de tu, si ets tu qui m'ho conta. Tu i jo hem viscut en temps paralels, a dimensions distintes, com ens reflexa el mirall, un cop ens hem tret les capes que ens han protegit del món.

I me contes, la duresa de la partida, la duresa de l'arribada. Quan tu i jo no ens enteniem, quan el món al teu voltant gairebé no existia, quan les teves filles eren la finestra al món, quan ansiaves contar com et senties.

I així, tu i jo ens varem connectar: tu amb les teves ganes de compartir. Jo amb les meves ganes de saber de tu, volia posar paraules al que els teus ulls me contaven.

I així hem arribat, a un moment de les nostres vides en que formam part de la mateixa història, que la teva i la meva comencen i continuen allà mateix. Però això ho sé ara que tu i jo hem decidit que som família, no sabem des de quan , però,  ambdues ho sabem.



El feix.

Barrunta el meu interior,
sense motiu aparent,
amb el motiu latent,
el mateix motiu,
el sempre present,
el que brolla de l'inconscient
el que fent-se conscient, m'incomoda.
Perquè el dolor és inherent,
el patiment, inevitable,
necessari, per seguir creixent,
per seguir endavant,
tot i mirant enrera,
contemplant d'on venc,
sense voler-hi tornar,
sense enyorança,
amb el feixug record
del passat intransigent
que aflora sobtadament
quan un motiu el fa present.
Ara, vull saber,
quan temps el carregaré,
quan temps romandré
amb aquest feix
que no em meresc
que  tan temps he soportat
que és seu,
que és d'ells dos,
que ara no vull més
Ara vull saber,
quan em permetré
allò que em meresc,
això  que tenc
que encara no em crec
aquesta llibertat
que per mi, és un present.



Disculpin les molèsties, la societat ens està assassinant.

Aquests dies estam de dól, Mallorca està de dól, les companyes de na Sacri, estan de dól, les filles de na Sacri, estàn de dól... Ell, Rafael Pantoja,  ha assassinat a na Sacri, a cara descoberta, davant tohom, davant les seves companyes. Ell ha deixat dues nines esperant a casa, a que ella sortís de la feina.
Imagin com els familiars de na Sacri  els hi han hagut  de dir que mai més no la tornaran a veure. I la víctima es comptabilitzarà com a una. Les filles seràn un altre estadística. La família afectada, les companyes, la clientela, no constaran a cap llista de persones afectades pel crim. Un assassinat d'aquestes característiques, afecta al voltant de l'assasssinada, al més immediat, i al no tan proper.

Qui se'n responsabilitza de tot aquest drama? Ara, imagin als pares de na Sacri, o familiars, havent de donar la notícia a les nines, per a partir del mateix divendres a les 16,30, haver de refer les seves vides, sense poder aturar-se un moment, i fer-se càrrec d'unes criatures a qui un home,  ha mort la seva mare..... 
I què passa amb l'entorn de l'agressor? de l'assassí? Què ens passa com a societat que criam , alimentam, a persones com en Rafael? 

No puc contenir les llàgrimes, és més , no les vull contenir, sent una ràbia immensa, que gairebé no sé cap on he de dirigir. Cap a ell? Cap a Rafael Pantoja,  l'assasí de na Sacri? No!, No me basta. Tothom hi tenim a veure.   

Ni na Sacri, ni l'entorn de'n Rafael varen saber identificar el potencial assassí que s'amagava dins d'ell. Pot ser na Sacri va intuïr el perill i va posar denúncies a la Policia, quan les rodes del seu cotxe aparegueren buides i quan va veure el seu telèfon a un cartell anunciant sexe.... Segurament, no va arribar a poder veure la seva capacitat de matar-la. Perquè ens pensam sempre que això pot passar a una altre, no a mi....

L'assasí, l'assetjava. El sistema, la societat, no hem pogut protegir-la. 
Dilluns em costarà molt començar la setmana, plena d'històries que em duran a pensar en na Sacri. 

dimarts, 13 de novembre del 2018

Ellas

Ellas, en aquel lugar del mundo, donde apenas llegaban extranjeros, donde no llegaba la luz ni el agua corriente,  donde la naturaleza se mostraba salvaje, las mujeres casadas y sus hijas mayores,  se levantaban a las cuatro de la mañana, una hora y media antes de que amaneciese. Los gallos recién se desperezaban para  cantar, mientras ellas encendían el fuego para calentar el comal , en  la cocina, el lugar alrededor del cual iban a pasar casi por completo, el resto del día. Aquel fuego pasaba prendido la mayoría del tiempo, envolviendo a la comunidad en un olor a leña y humos, aromas que salían de los comales para hervir la leche, hacer el café, cocer los frijoles y tostar las tortillas. Mientras tanto, los demás habitantes de la comunidad, se iban despertando. Se escuchaban las primeras noticias, en aquellos días de invierno, sobre la invasión a Kuwait,  en los sobrevivientes transistores a pilas, alternadas con algunas canciones para empezar el día, acordes de canciones antiguas, de son cubano, de cumbias o de los coetáneos merengues de Juan Luis Guerra.
La jornada empezaba a oscuras, el sol tardaría aún una hora en salir. En aquellos momentos de penumbra, los más pequeños de la casa acudían al establo a buscar la ración de leche para el desayuno de la familia. Hacían cola los más chigüines con el cazo en la mano, esperando a que don Catalino, don Lucio o Don Ramón ordeñasen las dos vacas de la cooperativa y les repartiesen equitativamente la leche que tocaba a cada familia según el número de miembros, pero, sobre todo, de escolares.
Ellas, las esposas, las madres, las hermanas, las hijas, las comadres, se encargaban de preparar todos los alimentos para la prole: después de los cafés con leche, o de la leche con pinol, se tostaban las tortillas sobrantes del día anterior, se untaban con crema o se comían con queso. Ellas, seguían, ahumándose,  delante del comal, mientras se aseguraban de que todos los cipotes se habían aseado, peinado y desayunado, para partir a la escuela rural, a una hora andando desde el núcleo de casas que formaban la comunidad.
Ellas, sin parar, sin detenerse,  recogían solas la cocina y se llevaban el maíz naxtamalizado que habían hervido durante horas el día anterior, en un balde, sobre la cabeza, hasta el molino, a media hora de casa. El encuentro con las otras mujeres del entorno, hacía más llevadera esta dura tarea, se iban encontrando y uniendo en el camino hasta el punto neurálgico del pueblo, en donde un molino mecánico  no dejaba de funcionar en toda la mañana. El molino era atendido por otra mujer, que las esperaba con una sonrisa cómplice, pues era el lugar y el momento de ellas, cuando se compartían pecados, quejas, pasiones, desamores, peleas, afectos, confidencias y sinsabores. Era, el lugar de ellas, como en otros lugares podría ser el horno de pan, el lavadero junto al río, el pozo lejano, el hammam, ...
Ellas, regresaban a casa con el maíz molido, charlando durante el camino, con las compañeras de regreso, sin detenerse, para volver a las cocinas, cada una a la suya y empezar la tarea diaria. Como si se sincronizasen , llenaban la comunidad de un ritmo inconfundible, era el palmeado de las tortillas: pampampampampam, tatatatatata...pampampam...y vuelta a empezar. Convertían la masa del maiz molido en finas tortillas de masa aplanada sobre las maderas de las cocinas. Primero, una bola de  masa del tamaño de un puño, después, con los dedos, las aplanaban sobre un disco de fino plástico del tamaño de un plato, y empezaba el tamboreo, haciendo rotar el disco hasta dejar la masa fina, a punto para tostarla hasta hincharse y dorarse sobre el comal. Todo ello, sin parar de atizar el fuego para ir cociendo los frijoles, el arroz y , si , aquél día había habido suerte, hervir un caldo con un trozo de pollo o de carne de res.
Ellas, a las once de la mañana, preparaban un plato de frijoles con arroz, con gallopinto si era sábado,  lo tapaban con las tortillas y un trapo limpio, y lo subían a la milpa, donde los maridos trabajaban bajo un sol implacable, el campo de maíz, de tomates o de hortalizas. Les llevaban la comida, todos los días, de lunes a sábado, el agua y el café para el almuerzo, recorriendo el camino que ellos habían recorrido en la madrugada para llegar antes de que el sol abrasara al campo de cultivo.
Ellas, regresaban después de que ellos almorzaran, a la humilde vivienda, para preparar el plato a la tropa de hijos e hijas escolares, para que, por la tarde, les ayudaran a ellas en las tareas pendientes: alimentar el ganado, limpiar los establos, cuidar los huertos, lavar la ropa en el río, ir a buscar agua al pozo con las mulas, preparar la cena. Los hombres, después de la milpa, se reunían en el patio de la hacienda, a la sombra, a descansar, mientras la vida en la comunidad no se detenía.
Llegaba la noche y con ella, la hora de las plàticas, donde el tiempo parecía detenerse: se compartían los momentos finales del día en el patio, o en la sala de la radio, para compartir noticias, recibir al vecindario y relajarse entre conversaciones profundas sobre la existencia, la vida en otros lugares, o el recuerdo de antiguos visitantes, ésos que traían novedades y rompían la monotonía de vez en cuando en aquel recóndito lugar del mundo.

dimarts, 6 de novembre del 2018

Larga espera.

Aquella noche en el aeropuerto de Barcelona esperando a que fueran las cuatro de la mañana para que abrieran las puertas de embarque,  auguraba lo peor. Los asientos metálicos  de la enorme sala de espera se asemejaban más a instrumentos diseñados para la tortura que para el descanso.  Las luces, con sus focos iluminando las grandes naves de la Terminal 4 no parecían querer apagarse. Las máquinas aspiradoras y barredoras, pasaban a cada momento alrededor de los bancos de asientos inquisidores, con un ruido ensordecedor que te aterrorizaba cada vez que tratabas de cerrar los ojos por el cansancio. Las pruebas de megafonía, con aviso sonoro previo, te sobresaltaban cada hora, para asegurarse de que nadie se iba a poder instalar de por vida en aquella terminal, por mucho espacio que hubiese para pasar desapercibido.
Y las horas, las interminables horas hasta la salida del avión,  empezaron a hacerse insoportables, augurando una mala llegada al país de destino y una peor incorporación aún , si cabe, al apretado programa del Encuentro de Escritoras que ya había empezado días atrás en Tetuán.
Bien, se trataba de llevarlo lo mejor posible. Se sabía de antemano que aquéllo no sería fácil, pese al móvil cargado con suficiente batería, los bocadillos, el agua y las galletas dulces para hacer más llevadera la espera.
Me senté en un lugar de media penumbra, cerca de las puertas de embarque, al lado de unos baños, y de unas máquinas expendoras de comida y bebida para que no me faltara de nada. También traté de rodearme de los mejores vecinos que pude, para dormitar de manera segura, y sin que el llanto de unos bebés que también trasnochaban aquella noche con sus mamás y papás, me impidiera conciliar la vigilia. Ya ven que no digo conciliar el sueño, porque era empresa difícil.
Después de intercambiar algunas palabras con los compañeros  de asiento, tratamos todos de cerrar los ojos entre luces, sonidos, avisos, máquinas aspiradoras, y cualquier elemento distorsionador de la noche.
Imposible. Cuando no era uno, era la otra, o las otras, o ellas, dos, dos mujeres, una, más joven, otra, algo más madura, ambas, marroquíes, que  hablaban sin parar, reían, se contaban cosas divertidísimas, y que sin duda,  eran las más inteligentes en aquel  inhóspito hangar. Visto que no había manera de dormir ,  sacó una de ellas un estuche lleno de productos de maquillaje, y , entre risas, empezaron la sesión de belleza y recomendaciones. Todo acompañado por unas carcajadas contagiosas y ruidosas que nos tuvieron pendientes de ellas a cuantas personas estábamos en el recinto.
Estando ellas en plena faena, yo no dejaba de mirarlas, era todo un espectáculo cómo iban transformando su aspecto con las sombras de ojos, el rimmel, el lápiz de cejas, el pintalabios, los polvos de maquillaje, con toda serie de artilugios innombrables por mi parte,  por desconocimiento. 
Al rato, se les acercó una mujer, también marroquí, que las saludó y les preguntó algo sobre el avión. Entablaron rápidamente conversación. Al minuto, ya la estaban maquillando. Esta última era una mujer de unos treinta años, con rasgos árabes bien marcados, ojos grandes almendrados, labios carnosos, cabello largo oscuro , con corte moderno, alisado, recogido en un lado, suelto sobre los hombros. Una mujer poderosa, diría yo, con grandes caderas, senos prominentes, con unas curvas que no podían esconder su voluptuosidad. Y con una risa explosiva. Me contagió. Me reí también con ellas, y al escucharme, enseguida me miraron, y, con complicidad, me llamaron: "Hajji, Hajji!!!!!" , "¡¡¡¡Vente, vente!!!" y bueno, aquí cambió la perspectiva de la noche. Me incorporé al grupo, cambiaron al español para integrarme en la conversación y nos reímos todo lo que quedaba de noche: de los chistes de ardiente contenido sexual, de las peripecias que les habían pasado en sus respectivas llegadas a España, y de la imaginación desbordante que dejaron volar , pensando en la noche de pasión que le esperaba a la tercera, Fadma , quien volaría conmigo hasta Tánger. De allí partiría con su coche hacia el sur,  para ir a encontrarse al día siguiente con su esposo en El Aaioun, en el Sahara, donde él vive mientras ella gana un sueldo de limpiadora en Girona. La historia para mí era alucinante, trece o catorce horas de coche rumbo al sur  para pasar unas tres o cuatro noches con él. Apasionante.
Pasamos de estas confidencias a la sesión de fotografía: no se debía desperdiciar la sesión de maquillaje. Todos aquellos productos habían hecho su efecto, estaban arrebatadoras con sus pestañas largas, sus labios rojo vivo, sus cejas resaltadas, los polvos y la sombra de ojos. Y como si de un estudio de fotografía se tratara, pasamos al modelaje. Yo no me había maquillado y me tocó hacer de fotógrafa. Ellas posaban ante mí como si fuera el único ojo que las contemplaba. Primero de una en una, después las tres, después en parejas, otra vez sesiones individuales al revisar el resultado en los archivos del móvil. Estuvimos así hasta que el porcentaje de batería de los tres móviles estaba casi en el diez por ciento. Después,  había que darse prisa en enviar las fotos desde los respectivos teléfonos camarógrafos para distribuir las fotos a familiares, amigos y parejas, antes de tomar el avión. Fue de esta manera en que las cuatro quedamos conectadas por nuestros mensajes de whatsapp.
Al abrirse las puertas de embarque, nos separamos.  Khadija, de Casablanca, residente en Girona, volaba a Santiago de Compostela para ver a su hijo y sus nietas. Sarah, de Casablanca también, venía de visitar a sus hermanas menores que ella, quienes residen desde hace ocho años en Tarragona y regresaba a París, donde vive desde hace cinco años con su novio, y Fadma, la única que volaba conmigo a Tánger, quien me hizo  compañía hasta el momento de tomar el taxi hasta la ciudad.
No había hecho más que empezar mi viaje hacia el XIII Encuentro Internacional de Escritoras en Tetuán, al que acudía con gran curiosidad por conocer escritoras de todo el mundo. Mi mente, ya empezó a funcionar en modo literatura.
Poco sabían aquellas tres estupendísimas compañeras de aeropuerto  que mientras me estaba riendo de sus bromas, de su humor, yo ya  estaba construyendo este relato.


dilluns, 5 de novembre del 2018

Las redes desde la "trastienda"

Una publicación, un "Me gusta" , una recomendación, una foto, todo ello puede ser interpretado de diferentes maneras en la trastienda de las redes sociales, que es realmente donde nos creamos la imagen de quien en ellas publican o publicamos.
La imaginación se dispara, y aparecen solicitudes de amistad, solicitudes de mensajes por privado, seguidores o seguidoras desconocidos, unas son contestadas, otras no, por simple inercia, aunque en ocasiones, en mi caso, la intuición tiene un peso importante.
Algunas con intenciones no compartidas por ambas partes, no siempre relacionadas con lo que imaginas, seguro al leerme piensas " ligar". No, las hay por mantener un contacto con un país que he visitado y me ha fascinado, o porque ésa persona comparte publicaciones que me interesan y quiero hacérselo saber.
Y hay una intención, un motivo, que he descubierto hace pocos meses al meterme en grupos de viajeros y viajeras de todo el mundo ,  que merecen un cuento o crónica, porque me está sucediendo desde hace unos meses y me resulta muy gracioso, cómico en ocasiones y sorprendente en cualquier caso. Es un mundo que desconocía, que me ha permitido ver una parte del mundo de las redes y que , aunque en momentos me ha resultado embarazoso, ahora me resulta familiar, cotidiano y hasta me atrevo a decir que me resultando enriquecedor en cuanto a entender las relaciones humanas.
Pues bien, empecé con un grupo de amantes de Marruecos (del país, no amantes en el sentido del amor romántico), más adelante con uno de viajes mochileros, para probar otras cosas,  y , es precisamente aquí donde  se inicia el relato, que si bien podría ser trágico, trataré de dejarlo en tragicómico, ya que el humor es el denominador común. Aun así,   algunas de las historias que intuyo detrás de las redes, seguro se acercan más al drama que a la comedia. Otras, son sencillas historias de vida, que no por sencillas carecen de interés, sino más bien, despiertan en mí curiosidad, por conocer realmente la vida en otros países más allá de lo que vemos cuando viajamos.
De repente, me aparece en el chat un " M. quiere saludarte". ¡Sorpresa!, no le conozco. Miro su perfil en la red: es del sur, parece que tenemos alguna amistad en común, consulto a la persona en común si le conoce y me dice que no sabe, que acepta la amistad porque le conviene para su negocio, para su página para su oficio....y bien, bajo ése criterio, acepto yo también.
Al aceptar, al poco rato, un mensaje en el chat:
M.: _Hola, ¿qué tal? ,
Yo: _Bien gracias , ¿y tú? (trato de contestar según las costumbres de cortesía del lugar de procedencia del solicitante de amistad, si las conozco...)
M: _¿De dónde eres?
Yo: _De Mallorca.
M: _Pero eres de España,¿ no?
Yo: _ De una isla, en el Mediterráneo (para que no confundan, como otras veces, con Canarias,)
M: _ Y ¿qué haces?
Aquí interpreto que quieren saber a lo que me dedico, no lo que estoy haciendo en el momento,  y contesto:
Yo: _Soy trabajadora social. (no va  a ser la única  pregunta sobre qué hago, cuál es el lugar de trabajo, etcétera, pero espero a ser interrogada al respecto por no adelantarme y medir la información que me interesa dar).
M: _Y cuándo vas a volver a viajar?
Yo: _ No sé, cuando pueda. (aquí veo que han explorado mi perfil y mis fotos, me gusta viajar por turismo o por encuentros internacionales en cuanto puedo y,  las fotos,  me delatan)
M: _ ¿Viajas con la familia o con un grupo? (las preguntas se van aproximando al objetivo que es desvelar mi estado civil o sentimental)
Yo: _ Depende, a veces sola, a veces con amigas, a veces con mis hijos, voy a visitar amistades que tengo en otros países.
M:_ Ah, tienes hijos. ¿Estás casada?. (¡Diana!)
Yo: _ No, estoy divorciada (Decidí decir la verdad, porque daba más juego a la conversación y me permitía adivinar mejor las intenciones del interlocutor y las estrategias para conseguirlas)
M:_ ¿Tienes whatsApp? Así podemos conocernos mejor. Me gusta conocer gente de muchos sitios,
Yo: _ ¿A qué te refieres conocernos mejor? (Como si no los supiera, trato de que el otro se defina y vaya al grano, porque tanta introducción, cansa.
M:_ Conocernos, hablar de cosas personales. Me gustas mucho, eres muy guapa.
Aquí ya no puedo contener contestar con ironía, porque ,viendo las fotos del interrogador, su edad está más cercana a la de mis hijos que a la mía, le contesto que en mi caso, estoy en el grupo viajes para hablar de la cultura y de los lugares que visito, pero en ningún caso para encontrar novio.
Y bien, algunos empiezan a contarme lo dura que es es la vida para los hombres jóvenes que no encuentran trabajo en su país, o , en caso de que lo encuentren, lo mal pagado que está y lo insuficiente que es su salario para salir adelante y mantener a los padres. Algunos me han pedido trabajo, o alguna manera de encontrarlo saliendo del país, porque, dicen, en su pueblo o ciudad no hay nada que hacer , tratando de convencerme por la vía de la conquista que lo que quieren es formar una familia, trabajar y cuidar de sus hijos.
Alguno, ante mi afirmación de que no estoy buscando pareja, deja de insistir. Algún otro, de vez en cuando marca un "Me gusta" en alguna publicación, o me manda un mensaje por el chat, imagino que en un momento de "voy a hacer un barrido entre las mujeres  a ver si hoy contesta alguna".
He de confesar que con algunos he mantenido contacto, porque a raíz de los lugares visitados, ha habido interés por temas comunes. Otros, los que ya no han vuelto a mediar palabra, deben andar pescando en otros mares, a ver si alguien cae en sus redes, a pesar de que ya sabemos todas y todos que nadie es tan estupendo o estupenda como muestra su perfil, ni tan responsable y eficaz como indica su currículum.

Dejarse llevar

Entrar en aquel lugar sólo reservado a las mujeres del pueblo era para mí como entrar en un espacio sagrado. Era, de algún modo, entrar en un universo  desconocido, donde no tenía más puntos de referencia que lo que mi amiga Halima me había contado, donde me debía mostrar desnuda ante sus ojos, ante los de  las  mujeres de este lugar fronterizo con el desierto, sin saber cómo sería el protocolo, con miedo a hacer algo indebido, con respeto hacia lo establecido y con una casi infantil curiosidad como extranjera, pero sobre todo, como mujer. En realidad, no era la desnudez del cuerpo la que me asustaba, sino la del alma, porque siempre he sentido que ellas ven el alma de los demás a través de sus miradas.
En Mallorca, antes de partir a Marruecos, mi querida amiga  me explicó  bien de los pasos a seguir: debía llevar ropa interior de recambio, una toalla para secarme,  una alfombrilla para el suelo que podía adquirir en cualquier tiendita del pueblo , jabón negro para untarme el cuerpo, y un guante para sacar todas las impurezas de la piel que también vendían en el mismo hammam. Podía, también, si quería, solicitar que una mujer me masajeara con el guante, pero mi amiga, sabia ella, me recomendó que me dejara llevar y mimar por alguna de las que compartieran el baño conmigo. A cambio, después yo  le devolvería el masaje a ella.
Entré sin pestañear, para no perderme detalle, para estar atenta a todos los movimientos que allí se producían, tratando de disimular mi inseguridad, imposible de esconder ante mujeres tan avezadas y tan acostumbradas a mirar lo que pasa a su alrededor, a sentirse y acompañarse en aquel espacio.
Dentro, en la primera sala, una mujer atendía a las que entrábamos. Ella iba  sin melfa  por el calor de la sala, vestía camiseta de tirantes y pantalones.  Mostraba con orgullo su escote exuberante, su piel aceituna, luminosa, de aspecto suave, su cabello rizado recogido en una trenza , que terminaba gruesa y negra,  a la altura de unas caderas prominentes,  continuidad de una cintura estrecha , lo que le daba un aspecto de mujer fuerte y joven.  Ella, casi sin mirarme, me pidió con la mano mis pertenencias. Observé  que las mujeres se quedaban con la parte inferior de la ropa interior, e hice lo mismo, trataba de ser lo más correcta posible, no quería que me tuvieran que llamar la atención. Le entregué mi bolsa con la ropa que me había quitado rápidamente ante ella, y a cambio, ella me dio dos cubos de plástico, con un recipiente más pequeño y me indicó, sin inmutarse ni preocuparse por mi inseguridad palpable, la entrada a la sala caliente.
De repente, me encontré sola ante varios grupos de mujeres que acudían con sus hijos e hijas a compartir aquéllos mágicos instantes:  los más pequeños,  pegados a sus madres, más allá, en un rincón , las adolescentes, que debían ser vecinas, hermanas, primas e incluso tías unas de las otras.
Comprendí enseguida que aquel momento  semanal era, para ellas , un paraíso para  los sentidos, donde   las emociones y  las confidencias femeninas fluían como el agua, un espacio en el que ellos, los hombres,  no entraban,  y en el que las mujeres, por el hecho de serlo,  mostraban una complicidad y una alegría inusual para mí.
Ahora yo  podía contemplar lo que ocultaban las melfas, estaba fascinada con lo que tenía ante mis ojos. Sin duda, la belleza que se esconde debajo de estos hermosos pedazos de tela de todos los colores y estampados no cumple con los patrones occidentales, se trata de algo difícil de explicar. Se acerca más a los cánones de belleza que muestran algunas figuras que representan a las diosas de la fertilidad. Las mujeres que allí había tenían rasgos de negra, con piel aceitunada, mestiza, tersa y brillante, ojos oscuros que te atraviesan ferozmente al primer contacto, unas sonrisas contagiosas enmarcadas en labios gruesos y colorados que contrastan seductoras con unos dientes grandes y luminosos, cabellos oscuros, salvajemente rizados, que se desatan nada más entrar en el hammam para lavarlos, peinarlos y untarlos de henna o de aceite, según la ocasión, la edad o la coquetería, que se desparraman sobre sus cuerpos voluptuosos junto con el agua que van echándose unas sobre otras, entre risas, entre suspiros por el calor del lugar.
El espectáculo superó mis expectativas de una manera  sobrecogedora. Me brotaban las lágrimas por haber entrado allí, por estar entre ellas, por haber tenido tan buena consejera, mi amiga Halima, que me animó a dejarme llevar y que traté de cumplir escrupulosamente.  Porque, de repente, sin saber cómo,  sentí que una mano me tocaba el hombro, y empezaba a masajearme enérgicamente,  con el guante, los brazos, la espalda, los glúteos, las piernas, la entrepierna, los pechos, los pies... sin que mediara palabra entre nosotras, sólo una sonrisa y una inmensa ternura, que sólo son capaces de dar las mujeres fuertes, las mujeres que saben cuidarse entre ellas, con esa fuerza femenina que no es exclusiva del sexo femenino , porque he visto la ternura también en los hombres. De hecho, me preguntaba si entre ellos, también se daban estas escenas,... será algo que sólo me podrá contar algún amigo que haya entrado en el hammam de los hombres, aunque quizás ellos  estén pendientes de otros detalles.
Lo que más se acercaba a lo que en aquellas salas vaporosas, calientes y perfumadas  estaba compartiendo era  un taller de sensualidad en el que había participado meses antes en mi ciudad, en Mallorca,  y , que, después de esta experiencia, me sabría a poco, me resultaría artificial y fuera de contexto. Aquel ambiente solo es posible en aquel lugar, donde el agua es un regalo, donde el espacio para embellecerse es una fiesta, donde el cuerpo es goce para los sentidos, donde todas somos cómplices por haber nacido mujer.