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divendres, 28 de desembre del 2018

Ellas han venido de otro mundo.



Me di cuenta aquel día : tomábamos cada mañana el mismo tren, muy temprano, antes de la salida del sol. La vi de espaldas, yo estaba en la cola para pasar por el control de salida,
y ella, más adelante, nos ofrecía un tierno espectáculo con su bebé de pocos meses, dormida, acurrucadita, con su cabecita apoyada sobre el regazo. Todavía no sé si quedé enamorada primero de la escena primitivamente maternal, o de la belleza del conjunto, o de la intensa emoción  que despertó en mi,  o de su porte extremadamente elegante, femenino , sensual, inusual, exótico, como de otro mundo.

Sin saber cómo, mirándola, me trasladé al que imaginé podía ser su entorno habitual, en África , no sé si Senegal, Nigeria,  Ghana, Níger o Costa del Marfil, cualquier país de Africa Negra. Sentí una potente atracción hacia su imagen, no podía quitar mis ojos de ella. Era belleza negra en su estado más puro, sin adornos para embellecerse excepto unos aros dorados como pendientes, que le daban un aire de cierto descaro, de presunción, de poderío, de presencia de mujer. Era, como las estatuillas que venden los chicos senegaleses en los mercadillos semanales, siluetas perfectas de mujeres envueltas  en sus trajes de tela tallada en la madera, con el gesto de aguantar un recipiente sobre la cabeza, hecho que ensalza el exotismo de la figura.

No sabía con certeza su procedencia,  todo eran suposiciones, por su piel negra, su esbeltez, su manera de vestir, por su  pantalón vaquero desgastado , por su  camiseta de tirantes, que dejaban al descubierto unos hombros perfectamente formados, elegantes, fibrosos, negros, jóvenes, por su pañuelo rojo envolviendo su pelo extremadamente rizado. Era la imagen que yo tenía de una mujer de la sabana africana, delgada, de extremidades largas y musculosas,estilizada, femenina sin pretenderlo, sensual y armoniosa por naturaleza.

La estaba dibujando en mi mente en aquella misma postura, de espaldas,  con el bebé apoyado en un costado sobre su cadera, abrazándola tiernamente con su brazo izquierdo, mientras con el derecho, en lugar de pasar el billete por el control de salida, iba  caminando zimbreante, erguida, con un recipiente con agua sobre su cabeza, por esos interminables senderos que recorren mujeres y niños en el continente vecino para ir a buscar el líquido más preciado.

Durante meses, cada mañana, ella, sigue deleitándonos a los pasajeros del tren con su inusual estilo, su distinguida elegancia, su atención maternal, con su bebé negrita, a quien amamanta cada mañana, en un gesto entre nosotros, ya nada habitual. Ellas dos se muestran unidas como si la naturaleza las envolviera, cuando se funden en una sola figura, bebé y madre unidas por la boquita infantil succionando el pecho de su madre, por el cuerpecito integrado en el regazo como si de una "madonna" se tratara,  como si vinieran de otro mundo, de esos mundos que ahora han llegado al nuestro, que atraviesan desiertos, montañas y ríos, mares y mareas, caminos interminables,  para quedarse inevitablemente entre nosotros y ofrecernos imágenes tan bellas como la de ellas dos. 

dimecres, 26 de desembre del 2018

Instants a l'hivern


Hi ha  dels matins de l'hivern on la llum del sol  feble, tèbia, ilumina els racons del meu paradís particular. El sol passa tímidament cap al migdia, per damut de les teulades de la casa, i per uns instants, tenyeix de colors vius el pati posterior de la casa, un lloc on els renous , els sons , les converses, els moviments, són part de la vida quotidiana: els infants de les cases veinades juguen amb troncs, aigua, terra i pedres; els veïns, un matí de diumenge, agraeixen la pau d'aquest silenci mentrestant les campanes marquen suaument les hores, els aucells es comuniquen des dels arbres dels nostres corrals, les abelles vibren entre les poques flors que adornen en aquets mesos els jardins propers, el vent mou les fulles perennes dels nisprers i tarongers,ara colorits pels fruits madurs.


Tot, amb una senzillesa que m'encisa, que me descansa, que em fa tocar terra, regal de la vida que m'ha duit fins aqui.
Asseguda al pati, m'imagin com fou la vida aquí generacions enrera on les dones i els infants, en aquesta època de l'any, sortien a la serra a collir oliva, on els homes, treballaven a la mina, arriscant vida i salut tot per alimentar a la família.


I,  ara, jo, puc gaudir el luxe de seure al pati, un lloc que temps enrera ja era el tresor de la casa, era el lloc on es criava el porc que alimentaria a la família la resta de l'any, on les gallines convivien amb conills, i, si hi havia possibles, un indiot per Nadal.
Em ressonen les converses de les dones majors, quan, a les vesprades de l'estiu, recorden amb poca enyorança, aquells temps en que les tasques es menjaven les seves infàncies, quan les olives es recollien a les ombrívoles i fredes marjades de la serra, quan les matances eren tasca i festa, on es treballava pensant en el proper i dur hivern, en que l'escola podia ser un luxe només per qui tenia el rebost cobert. 

Sovint, m'assec aquí i contemplo les quatre parets que m'envolten, quan l'amorosa calidesa del sol m'acarona la pell i em permet contemplar amb admiració i gratitud aquets senzills instants plaenters que la vida em regala cada dia a casa meva.


dimecres, 19 de desembre del 2018

A propósito de Laura.

Cuando regreso a casa por la tarde, en invierno, al anochecer, me cruzo a menudo con personas que aprovechan los últimos rayos de sol para salir a entrenar, practicar su deporte favorito, gozando de la preciosa luz que nos ofrecen estos momentos, en un entorno que puedo imaginar tan tranquilo y bello como El Campillo, el pueblo donde Laura Luelmo se encontró con la muerte. 

Veo a hombres que corren solos,  a mujeres que salen solas, con su equipo , grupos de corredores y corredoras que se motivan entre ellos, parejas, .... y me quedo siempre mirándolas a ellas, pensando que van solas, que son carne de cañón, que corren riesgo.... Lo comento en el pueblo, donde apenas somos trescientas personas, y me dicen que aquí no pasa nada, que esto es seguro, que no sea malpensada, que qué va a pasar.

Y contesto, que no me gusta pensarlo, pero que mi experiencia es que el peligro está, que no debemos bajar la guardia, que me jode mucho pensar así, pero que cada día, en mi trabajo, me cuentan historias tremendas de violencia sobre nosotras, las mujeres, a manos de hombres que "nadie lo diría, parece un tipo normal". Claro que me gustaría no ver el peligro, sería fantástico salir seguras, sin miedo. Pero la realidad nos manda otros mensajes: si eres mujer y vas sola, corres peligrosamente.

Cuando tenía 13 años, en verano, mientras mis padres tenían que trabajar en el negocio familiar, yo iba a nadar y a entrenar a un polideportivo situado en un polígono industrial. Un autobús me dejaba enfrente y me recogía después también cuando, a las siete de la tarde, cerraban la piscina y en el polígono no quedaba un alma. Bien advertida por mis padres, no me salía jamás de la ruta.

Un día, perdí el autobús, y me puse a caminar hasta la carretera cercana, donde había unos bloques de viviendas y pasaba otro autobús más tarde. Intranquila, al poco tiempo, me di cuenta de que un coche, un Seat, modelo 850 amarillo pálido, iba despacio y parecía que buscaba aparcar. 

Se detuvo junto a mi, en la parada del autobús, aparcó, y se quedó enfrente de mi, mirándome, el conductor fijamente, un tipo moreno, con barba y gafas, pelo algo largo, camisa de manga corta y pantalón de tergal, que rozaba la tela con la mano de manera sospechosa, a la altura de su sexo. 

Mi corazón se disparó, lo sentía palpitar en mi boca, me quedé en shock, no podía ni correr, ni gritar, ni reaccionar. El tipo se sacó el pene por la bragueta y empezó a masturbarse sin dejar de mirarme. Recuerdo la escena y aún me palpita el corazón, recuerdo su cara, su barba, su lengua rozándose los labios, su mano subiendo y bajando, su miembro erecto entre sus dedos, .... 

Y nadie a quien pedir ayuda, nadie a quien señalarle para que lo vieran y lo detuvieran, ningún teléfono cerca, todas las naves cerradas, nadie circulando por la carretera. De repente, me vi corriendo por las calles del polígono hacia ninguna parte, el coche me siguió... o decidió irse... yo, como quien le lleva el diablo, sollozando, como por arte de magia, encontré una nave abierta, pintaban un yate sobre unos andamios, vi unos hombres, no podía hablar, lloraba desconsolada, me dijeron que me sentara, me dieron agua, me preguntaron qué me pasaba, salieron a ver lo que yo señalaba, no había nadie, y yo lloraba sin parar, las piernas me temblaban, sentía que el corazón me ahogaba....

Los operarios  fueron muy amables conmigo, me tranquilizaron , me pidieron el teléfono de casa para que me fueran a recoger..... y les pedí que por favor, no lo hicieran, que no quería que mis padres supieran lo que había pasado, temía que me prohibieran volver al polideportivo, donde tantas horas pasaba nadando y riendo con mis amigos, donde podía entrenar como atleta en un sitio seguro, "por favor, no digan nada, llévenme a casa y haré ver que no ha pasado nada". Accedieron y me llevaron a casa de mi abuela, quien , al verme, me leyó la cara de miedo y me preguntó si alguien me había hecho algo. Le dije que había discutido con una amiga, y que no tenía ganas de contar. No me creyó, pero me dejó estar callada. Me preguntó días más tarde, qué había pasado.

No le pude contar, no pude, porque el miedo se tragaba mis palabras. El hombre barbudo del coche, era el novio de la vecina de enfrente de mi portal, el del mismo rellano, a menos de diez metros de mi casa, entraba, todas las tardes después, imaginé, de salir de trabajar del polígono. El novio de mi vecina , por el mismo portal que yo, subía la misma escalera sin luz que yo, y cenaba en la casa que toda mi vida de adolescente tuve enfrente de mi. 

Era , decían mis padres, un tipo normal.

diumenge, 16 de desembre del 2018

Perversión, deseo, amor...

Cuando se vio frente a la  sonrisa de él, sintió que algo se movía en su bajo vientre, entre sus piernas, como si ya lo hubiera notado antes. Salió a relucir con una simple mueca, una media sonrisa que escondía sorpresa, ante eso que ella, tan inútilmente, había tratado de no sentir, de esconder. Había empezado a conocerse a sí misma, trataba de estar atenta a lo que su cuerpo le decía, era el que señalizaba las emociones, ése, justo ese cuerpo que tanto tiempo trató de callar, porque le avergonzaba, emitiendo señales que ella identificaba con el secreto, con lo que no se debe hacer, con lo que no se debe saber, con lo que no se puede contar, con lo que no tenía permiso para sentir.. 

Fue, como si de repente, le viera con ojos distintos de los que lo pudo ver la primera vez. Sabía que no valía evitar, que era evidente, que era posible, que aquello que él le había propuesto por teléfono de manera segura, descarada y atrevida, que tan duramente había rechazado, podía pasar... Esta vez , pensaba, no quería arrepentirse de lo que no se atrevería, en todo caso, prefería pedir perdón a pedir permiso, estaba segura de lo que hacía, había conseguido traspasar la barrera del miedo. 

La química se mostraba abiertamente mediante el acercamiento entre ella y él, se percibía desde fuera el interés por contarse, por acercarse, por reírse, por mirarse a los ojos, dando a entender que entre ambos surgió un libidinoso deseo. Esta vez, a diferencia de las anteriores, se trataba de asumir con tranquilidad, dejar fluir y suceder todo aquello que podía ser. Sin forzar, sólo permitiendo que pasara.

Le invadió, de repente, una energía que sólo recordaba en la adolescencia, la que le provocaba reírse sin motivo y sin poder parar, de manera nerviosa, cruzando bromas, miradas, que daban a entender que el deseo carnal estaba presente en ella,  en su cuerpo, en sus sentidos.

Aun así, su coraza, su carcasa, no estaba del todo deshecha. Era, creía recordar, la misma que la protegía desde que tenía conciencia de su atracción por el sexo opuesto, por los hombres, en plena efervescencia adolescente. Era algo que tenía que disimular, no podía mostrar interés, era algo que "nunca", se decía a sí misma, "me voy a permitir que se note". Mostrar interés por alguno de sus amigos era algo absolutamente pecaminoso, había tenido que jugar a esconder el deseo, por miedo a enfrentar su propia perversión. Un temor que, aún en aquel momento de su madurez, le perseguía. Temía quedarse a solas con él, porque sabía que el encuentro íntimo era inevitable, ella sería incapaz de dejarse sentir, al tiempo que sabía que no podría decirle que no, aun cuando su cuerpo se separara de su mente,  de sus sensaciones y dejara de respirar para no poder obtener placer. 

Aquellos momentos de la tierna infancia, en los que él la llamaba para provocarse placer, para que  ella, menuda y paralizada, simplemente, lo presenciara, para que su mera presencia fuera motivo de éxtasis,  aquellos momentos,  se daba cuenta ahora, le crearon una patológica adicción. Eran instantes eternos, durante los cuales  ella se sentía especial, "flashes" de la memoria que quedaron en el fondo de su ser, frenándola para desarrollarse, para brillar como ser único, como un ser más. Eran los momentos en los que su cuerpo le regalaba señales placenteras, combinadas, con la adrenalina que  genera hacer algo excitante a escondidas, unido a un sentimiento de culpa, manifestado corporalmente con un nudo en la garganta, el rubor y la parálisis casi estática de sus piernas, la respiración contenida y la mirada perdida para no encontrarse consigo misma, buscando auxilio para salir de donde en realidad, no quería estar.

Muchos años después, algunos novios después, sucesivos encuentros íntimos sin placer y demasiados coitos sin éxtasis, pudo identificar ésa desconexión emocional y corporal,  con el verdadero deseo. Pudo darse cuenta de que su mente se desconectaba rápidamente del mismo, cualquiera, por simple que fuera,: del deseo de bailar desenfrenadamente al escuchar música, de cantar en voz alta, de abrazar estrechamente a sus amigas, de besar locamente a quien le apetecía, de escribir sus pasiones, de entrarle al hombre de sus sueños, de entregarse al placer sexual, de brillar en lo que le hacía sentír sublime, de gozar la vida, de sentirse viva,  para no entrar en la culpa, en la vergüenza y en el miedo. Su cuerpo conservaba la memoria del miedo, se paralizaba de manera automática, primero desde la  cintura hasta los pies, clavándoselos en la tierra, para después dar señales a la sinrazón y que inventara excusas para dejar de sentir. Darse placer, seguir sus anhelos, cumplirlos, era luchar contra el miedo, contra la culpa, contra la tristeza, contra las ideas perversas que su mente, desde niña,  había ido consolidando con los años. El placer para ella era algo perverso, era pensar que se apoderaba del otro, de la otra, de las cosas, que las usaba para su propio disfrute.

Un día, cercano a aquel en que él se bajó del coche con la mirada clavada en la de ella, entendió que ése miedo era proyección, que  se había acostumbrado a dar placer esperando amor, reclamando aquello que yo no era capaz de darse. Se prometió ternura para sí misma , se amó, por primera vez en mucho tiempo, y sintió por unos instantes, que amar es un regalo, que amar  sin anhelo, que tratarse con amor es en sí mismo, una expresión de generosidad. Y fue así como dejó por un momento su coraza y se entregó al amor sin freno, al éxtasis descontrolado que tantas veces había parado por miedo a despertarse culpable de haber amado.