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dissabte, 11 de maig del 2019

Telouet

Antigua entrada, hoy derruída.
El calor aquella vez,  era absolutamente sofocante. Llevábamos seis días viajando, utilizando todos los medios de transporte que nos permitía el pais. Llegamos por mar, en un ferry que partía desde Algeciras, para visitar Azla, después Rabat, de casa en casa, visitando amistades, recorriendo el pais de Norte a Sur, con la intención de visitar el desierto. 
Las temperaturas amenazaban con amargarnos el viaje, sin embargo, el trayecto era tan atractivo en paisajes y gentes que casi no nos daba tiempo a prestarle atención al calor. El bullicio de Marrakech fue lo peor del camino. El sol abrasador del mes de agosto, junto con las motos, los olores, el trasiego de personas de un lado a otro, se hacía insoportable. 
Y aún teníamos que descender más hacia el Sur, en unos días en que los lugareños sólo buscaban la sombra y, quienes podían, se trasladaban al Norte para pasar los peores días del verano. 

Interior del Palacio del Pachá Glaoui
La ruta al desierto desde Marrakech nos pareció una alucinación. Los colores de la montaña, primero arcillosos, para , más arriba tornarse rojos , y lentamente, volver a degradarse paulatinamente  mientras se desciende,  hasta alcanzar el color de la arena, creaban un ambiente propio de un cuadro de Rafel Joan. Pensaba, mientras nuestro conductor , Ismail, nos adentraba en el valle de Telouet, en cómo debían ser aquellos caminos antes de los vehículos a motor. Estrechos, sinuosos y silenciosos, atravesando valles , descendiendo precipicios, caminando los hombres al paso de dromedarios, burros y, tal vez, caballos en las zonas más frondosas de la cordillera del Atlas.
El camino hacia Telouet es un viaje a través de la historia geológica de la cordillera. El paisaje cambiante deja a la vista las diferentes formaciones de piedras. pizarra, arcilla, cantos rodados, rocas, y arena, mucha arena, que iba quedando atrás , alzándose al pasar con nuestro vehículo por el maravilloso valle de Telouet que recibe el  nombre del pueblo. Desde las curvas que descendían de la carretera principal hasta el valle, nuestros ojos alcanzaban a ver entre la polvareda y la canícula, todo el lecho del río. Las laderas del valle de color rojizo, contrastando con las terrazas cultivadas, los álamos, las cañas y los campos de cultivo, las casas de adobe camufladas en el paisaje, no nos permitían pestañear. Eran las diez o las once de la mañana, y desde lejos ya veíamos el vapor de agua reflejando un espejismo en la distancia. Las ventanillas del coche cerradas para que no entrase en el vehículo la polvareda que habían dejado unos motoristas que nos adelantaron, nos permitían aislarnos del exterior abrasador. Y pasamos junto al pequeño pueblo de Telouet, al que me prometí a mí misma, regresar cuando la temperatura me permitiera caminar por sus callejones y visitar el Palacio que allí se anunciaba. 

un instante de vida en Telouet
Y regresé a los pocos meses, esta vez en abril, un día de bajas temperaturas, en el que la nieve se presentó sin avisar. La luz del amanecer iba dando color a los campos cultivados. Desde el salón del albergue, podía ver a unos niños que se iban a recoger parte de lo sembrado. Me levanté temprano para ver la luz del sol reflejarse en las paredes del Palacio del Pachá Glaoui. Quedé fascinada la primera vez que vi las murallas de la antigua kashba derruidas. En uno de los laterales del recinto, quedaba meses atrás el dintel de la puerta de entrada al palacio. Ahora ya no quedan más que escombros, a causa de las fuertes lluvias. Esta es la parte que más me apasionó del lugar: observar las ruinas de un pasado no tan distante, que están llenas de historias de viajeros que pasaban en ambos sentidos, cargados de mercancías de incalculable valor, a expensas de un sol maldito, o de una inesperada nieve que te paralizaba por completo en este pueblo recóndito en medio del Atlas. 
Para mirar el valle, sin ser visto.
Un callejón rodeado de ruinas y casas de adobe te lleva hasta el palacio del Glaoui. A él se entra por un patio, que, a través de pasillos y escaleras, te conduce a unas estancias aún bien conservadas, que no tienen nada que envidiar al Palacio Bahía de Marrakech. Al entrar en el palacio desde el  entorno tan rural que lo rodea ,  un guía lugareño te va explicando con pasión la historia, el significado de cada estancia, las estancias de la mujeres, la sala para recibir a las expediciones, para hacer transacciones comerciales, los corredores, la terraza sobre el valle, las ventanas con celosías para mirar sin ser vista. Dicen que El Glaoui hizo su fortuna por su gran inteligencia comercial. Telouet era paso de caravanas de mercancías que venían desde el desierto , con destino a Essaouira, puerto que facilitaba las comunicaciones con Europa. Y, comenta Aissa, el guía del lugar, que allí se quedaban mármoles, maderas, telas, mientras los europeos se llevaban especias, perfumes y sal, artículos perecederos que en absoluto tenían el valor de las mercancías que se quedaba el Pachá. No es extraño que algunos textos señalen al Pachá como a un auténtico cuatrero. Su vida de esplendor se refleja en un palacio ahora en ruinas que nadie se ocupa de mantener. 
Visitarlo es como estar entre dos mundos. Si no has estado, trata de verlo.