Llegamos al portal de la casa, no importa saber la dirección exacta: basta ver el movimiento de mujeres y hombres, niños y jóvenes que van y vienen cargados con bebidas, comida, paquetes, recipientes para cocinar, viandas, dulces, y demás enseres necesarios para la ceremonia. El ascensor entre la planta baja y el cuarto piso no deja de ir y venir, arriba y abajo, suben y bajan invitadas, regalos, comida. Lo que se celebra hoy, es importante. Sólo acudiremos las féminas, hoy vestidas de fiesta, preciosas todas , con sus kaftanes de colores, sus tocados llenos de adornos, siempre a la última moda para colocarse el hiyab, a modo de turbante, con su trampa para embellecer los rostros. Pues pasa de ser una prenda que cubre la belleza de la mujer, para convertirse, en días especiales, en un adorno que realza las facciones de todas ellas para mostrarse bellas ante preámbulo de una boda. Ojos y labios perfectamente maquillados, vestidos preciosamente combinados en colores vivos, con diseño según la de este año: predominan el color verde carruaje combinado con rosa, detalles brillantes en las ropas, tules ensalzando el tejido, vestidos ceñidos hasta la cintura que se sueltan a partir de las caderas, cubriendo a la mujer hasta los pies. Se prepara una celebración en toda regla. Y no hay hombres. Ellas se arreglan para sí mismas, para las demás, para realzar sus rasgos femeninos, su femineidad apabullante. Me siento siempre invisible a su lado, tengo que sacar mis dotes conversatorias, mis ganas de bailar y algunas palabras en dariya para mantenerme a la altura del ambiente que se genera en estos encuentros.
Y, mientras vamos esperando a que lleguen todas las invitadas, desde diferentes lugares de la isla, e incluso desde Alicante , Barcelona, Bélgica y Holanda, una amiga tatúa con henna las manos de la protagonista, con unos tatuajes de filigrana, dibujos improvisados que parecen un zelig o mosaico árabe o andalusí plasmado en los dedos, en las manos, en las muñecas y parte del antbrazo. Perfectas formas de flores, de hojas, de dibujos en espiral, adornarán sus manos estos días.
El resto de invitadas, una vez la novia está tatuada, vamos pasando de una en una por las manos de la tatuadora de henna, y nos dibuja también motivos vegetales en nuestras manos. Como símbolo de que hemos estado allí y somos parte de la fiesta.
Una vez estamos todas, van apareciendo los platos de suculenta comida, pollo con cebolla y almendras, cous cous con verduras, y algo de ternera. No podemos comer más, y aparece la fruta, después el te y las pastas, ésas verdaderas obras de arte que ha elaborado Ibtissem para la ocasión.
Y, se apartan las mesas, se sube el volumen de la música, y, una de las mujeres más mayores, sin pudor y sin vergüenza, se levanta moviendo hombros, manos y caderas: empieza el baile. El calor es asfixiante, pero la fuerza generada en aquella sala sólo se puede canalizar bailando, todas, al unísono, mientras las más tremendas van a buscar los panderos de piel de cabra, y forman un grupo musical en un minuto. Empieza la fiesta, mujeres de toda edad bailando, moviendo los vestidos al ritmo de las caderas y los hombros de una manera que sólo saben hacer ellas. Siento en estos momentos, la gran satisfacción de ser mujer y tener el privilegio de alimentarme de energía femenina, de erotismo y sensualidad a flor de piel, fluyendo por la simple ausencia de hombres en el recinto. Nos invade la euforia, somos mujeres, vamos a celebrarlo y desearle a la novia lo mejor para la nueva vida, aunque sepamos, para nuestros adentros, que nada es lo que parece.
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