
La estrechez del contacto humano me imposibilita cualquier movimiento, ni estirar un brazo para contestar al móvil, ni mover una pierna, porque desestabilizaría el rompecabezas que hemos compuesto para entrar en tan poco espacio dos hombres más o menos gruesos y dos mujeres con caderas prominentes atrás y dos hombres delgados y altos, delante.
El trayecto entre Tánger y Tetuán dura una hora, por una carretera ancha, un tanto insulsa, no cruza ningún pueblo, no tiene ésa vida típica de las carreteras de montaña marroquíes, esas carreteras que atraviesan por dentro de los núcleos bulliciosos de los lugares habitados, en los que se concentran coches, personas, animales, burros con carga, autobuses y humos de carbón y carne asada, de mujeres con sombreros sobre sus trajes tradicionales, de ruidos y pitidos de coche. No, esta carretera no tiene interés, por lo que mi mente empieza a desplazarse hacia lo vivido en esta semana anterior de idas y venidas, de trenes, tranvías, taxis, caminatas para ir de reunión en reunión, buscando quien nos escuche y quiera saber lo que hacemos en Mallorca y echarnos una mano en salvar los obstáculos que nos supone desconocer la manera marroquí, la legislación y algunos códigos socioculturales que se nos escapan.
El silencio en el vehículo sólo se rompe de vez en cuando por alguna llamada al móvil del conductor, quien , sin ningún problema, atiende y responde mientras conduce con la otra mano. Son llamadas breves, responde que más tarde hablará. Reanudamos el silencio.
Mi mente se va de nuevo, es como si me concedieran un espacio de meditación. La incomodidad deja de tener importancia, estoy encima, debajo, al lado, pegada, imbricada entre personas que no conozco de nada, compartiendo un espacio interpersonal que ni tan siquiera comparto con mis amistades más íntimas. Acepto, me adapto, me gusta incluso, acepto que así es y me desconecto del cuerpo, para repasar con la mente, charlas, ideas planteadas, ideas surgidas, cosas vividas, olores, ruidos, sensaciones.
Me vienen a la mente las imágenes de aquel viaje al desierto atravesando el Atlas, donde los rojos, ocres , grises y terrosos colores de las montañas me hicieron entender porqué Marruecos es tierra de pintores, de artistas, de creadores. Es entonces cuando agradezco haberlo vivido, haberlo sentido, al ritmo de los blues del desierto que nos acompañaron en aquel trayecto, para que nunca jamás deje de evocarlos, cuando, al permitir que me embrujaran, surgieron mis ganas de ponerle palabras a lo vivido.
Vuelvo al taxi colectivo camino a Tetuán, y siento que el trayecto es el duende que me inspira para escribir, puedo ver claramente, que mi obligación es escribir lo que veo, porque, como me dijo el periodista: "Si ves injusticia, no puedes quedarte callada, la tienes que sacar a flote."
Acabo de empezar.
Querida Laura,
ResponEliminame encanta ese rompecabezas humano de cuerpos entrecruzados y me recuerda a un viaje en taxi en el que yo también me dejé atrapar por el duende e iba escribiendo mentalmente.
Es un verdadero placer observar cómo sales del cascarón.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
Querido Alberto, mi comentarista preferido! ;-)
ResponEliminaEn ese taxi, hilé la publicación que justo acabo de empezar... mis reflexiones sobre el trabajo social que hacemos y el que deberíamos hacer.... Me van a enviar a Marruecos, de ésta, o más lejos! ....
O me iré yo a dar un paseo en colectivo para recuperar el duende cuando lo pierda....
Gracias por leer...