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dimarts, 6 de novembre del 2018

Larga espera.

Aquella noche en el aeropuerto de Barcelona esperando a que fueran las cuatro de la mañana para que abrieran las puertas de embarque,  auguraba lo peor. Los asientos metálicos  de la enorme sala de espera se asemejaban más a instrumentos diseñados para la tortura que para el descanso.  Las luces, con sus focos iluminando las grandes naves de la Terminal 4 no parecían querer apagarse. Las máquinas aspiradoras y barredoras, pasaban a cada momento alrededor de los bancos de asientos inquisidores, con un ruido ensordecedor que te aterrorizaba cada vez que tratabas de cerrar los ojos por el cansancio. Las pruebas de megafonía, con aviso sonoro previo, te sobresaltaban cada hora, para asegurarse de que nadie se iba a poder instalar de por vida en aquella terminal, por mucho espacio que hubiese para pasar desapercibido.
Y las horas, las interminables horas hasta la salida del avión,  empezaron a hacerse insoportables, augurando una mala llegada al país de destino y una peor incorporación aún , si cabe, al apretado programa del Encuentro de Escritoras que ya había empezado días atrás en Tetuán.
Bien, se trataba de llevarlo lo mejor posible. Se sabía de antemano que aquéllo no sería fácil, pese al móvil cargado con suficiente batería, los bocadillos, el agua y las galletas dulces para hacer más llevadera la espera.
Me senté en un lugar de media penumbra, cerca de las puertas de embarque, al lado de unos baños, y de unas máquinas expendoras de comida y bebida para que no me faltara de nada. También traté de rodearme de los mejores vecinos que pude, para dormitar de manera segura, y sin que el llanto de unos bebés que también trasnochaban aquella noche con sus mamás y papás, me impidiera conciliar la vigilia. Ya ven que no digo conciliar el sueño, porque era empresa difícil.
Después de intercambiar algunas palabras con los compañeros  de asiento, tratamos todos de cerrar los ojos entre luces, sonidos, avisos, máquinas aspiradoras, y cualquier elemento distorsionador de la noche.
Imposible. Cuando no era uno, era la otra, o las otras, o ellas, dos, dos mujeres, una, más joven, otra, algo más madura, ambas, marroquíes, que  hablaban sin parar, reían, se contaban cosas divertidísimas, y que sin duda,  eran las más inteligentes en aquel  inhóspito hangar. Visto que no había manera de dormir ,  sacó una de ellas un estuche lleno de productos de maquillaje, y , entre risas, empezaron la sesión de belleza y recomendaciones. Todo acompañado por unas carcajadas contagiosas y ruidosas que nos tuvieron pendientes de ellas a cuantas personas estábamos en el recinto.
Estando ellas en plena faena, yo no dejaba de mirarlas, era todo un espectáculo cómo iban transformando su aspecto con las sombras de ojos, el rimmel, el lápiz de cejas, el pintalabios, los polvos de maquillaje, con toda serie de artilugios innombrables por mi parte,  por desconocimiento. 
Al rato, se les acercó una mujer, también marroquí, que las saludó y les preguntó algo sobre el avión. Entablaron rápidamente conversación. Al minuto, ya la estaban maquillando. Esta última era una mujer de unos treinta años, con rasgos árabes bien marcados, ojos grandes almendrados, labios carnosos, cabello largo oscuro , con corte moderno, alisado, recogido en un lado, suelto sobre los hombros. Una mujer poderosa, diría yo, con grandes caderas, senos prominentes, con unas curvas que no podían esconder su voluptuosidad. Y con una risa explosiva. Me contagió. Me reí también con ellas, y al escucharme, enseguida me miraron, y, con complicidad, me llamaron: "Hajji, Hajji!!!!!" , "¡¡¡¡Vente, vente!!!" y bueno, aquí cambió la perspectiva de la noche. Me incorporé al grupo, cambiaron al español para integrarme en la conversación y nos reímos todo lo que quedaba de noche: de los chistes de ardiente contenido sexual, de las peripecias que les habían pasado en sus respectivas llegadas a España, y de la imaginación desbordante que dejaron volar , pensando en la noche de pasión que le esperaba a la tercera, Fadma , quien volaría conmigo hasta Tánger. De allí partiría con su coche hacia el sur,  para ir a encontrarse al día siguiente con su esposo en El Aaioun, en el Sahara, donde él vive mientras ella gana un sueldo de limpiadora en Girona. La historia para mí era alucinante, trece o catorce horas de coche rumbo al sur  para pasar unas tres o cuatro noches con él. Apasionante.
Pasamos de estas confidencias a la sesión de fotografía: no se debía desperdiciar la sesión de maquillaje. Todos aquellos productos habían hecho su efecto, estaban arrebatadoras con sus pestañas largas, sus labios rojo vivo, sus cejas resaltadas, los polvos y la sombra de ojos. Y como si de un estudio de fotografía se tratara, pasamos al modelaje. Yo no me había maquillado y me tocó hacer de fotógrafa. Ellas posaban ante mí como si fuera el único ojo que las contemplaba. Primero de una en una, después las tres, después en parejas, otra vez sesiones individuales al revisar el resultado en los archivos del móvil. Estuvimos así hasta que el porcentaje de batería de los tres móviles estaba casi en el diez por ciento. Después,  había que darse prisa en enviar las fotos desde los respectivos teléfonos camarógrafos para distribuir las fotos a familiares, amigos y parejas, antes de tomar el avión. Fue de esta manera en que las cuatro quedamos conectadas por nuestros mensajes de whatsapp.
Al abrirse las puertas de embarque, nos separamos.  Khadija, de Casablanca, residente en Girona, volaba a Santiago de Compostela para ver a su hijo y sus nietas. Sarah, de Casablanca también, venía de visitar a sus hermanas menores que ella, quienes residen desde hace ocho años en Tarragona y regresaba a París, donde vive desde hace cinco años con su novio, y Fadma, la única que volaba conmigo a Tánger, quien me hizo  compañía hasta el momento de tomar el taxi hasta la ciudad.
No había hecho más que empezar mi viaje hacia el XIII Encuentro Internacional de Escritoras en Tetuán, al que acudía con gran curiosidad por conocer escritoras de todo el mundo. Mi mente, ya empezó a funcionar en modo literatura.
Poco sabían aquellas tres estupendísimas compañeras de aeropuerto  que mientras me estaba riendo de sus bromas, de su humor, yo ya  estaba construyendo este relato.


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