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dijous, 12 de setembre del 2019

La fiesta de la henna, el gineceo magrebí.

Me han invitado a la ceremonia de la henna, es la primera vez, estoy emocionada, como cada vez que recibo una invitación de ellas, de mis congéneres marroquíes, ya sea en Mallorca o en Marruecos. Pienso en cómo tengo que ir vestida, cómo me tengo que comportar, cuáles serán los pasos del protocolo a seguir, con cuántas amigas me voy a reencontrar. Esta vez se trata de una fiesta a la que sólo acudimos mujeres, para preparar a Jamila para la boda que tendrá lugar dos días después. Un honor que me hayan invitado, como mujer allegada a la familia de la novia.

Llegamos al portal de la casa, no importa saber la dirección exacta: basta ver el movimiento de mujeres y hombres, niños y jóvenes que van y vienen cargados con bebidas, comida, paquetes, recipientes para cocinar, viandas, dulces, y demás enseres necesarios para la ceremonia. El ascensor entre la planta baja y el cuarto piso  no deja de ir y venir, arriba y abajo,  suben y bajan invitadas, regalos, comida. Lo que se celebra hoy, es importante. Sólo acudiremos las féminas, hoy vestidas de fiesta, preciosas todas , con sus kaftanes de colores, sus tocados llenos de adornos, siempre a la última moda para colocarse el hiyab, a modo de turbante, con su trampa para embellecer los rostros. Pues pasa de ser una prenda que  cubre la belleza de la mujer, para convertirse, en días especiales, en un adorno que realza las facciones de todas ellas para mostrarse bellas ante preámbulo de una boda. Ojos y labios perfectamente maquillados, vestidos preciosamente combinados en colores vivos, con diseño según la  de este año: predominan el color verde carruaje combinado con rosa, detalles brillantes en las ropas, tules ensalzando el tejido, vestidos ceñidos hasta la cintura que se sueltan a partir de las caderas, cubriendo a la mujer hasta los pies. Se prepara  una celebración en toda regla. Y no hay hombres. Ellas se arreglan para sí mismas, para las demás, para realzar sus rasgos femeninos, su femineidad apabullante. Me siento siempre invisible a su lado, tengo que sacar mis dotes conversatorias, mis ganas de bailar y algunas palabras en dariya para mantenerme a la altura del ambiente que se genera en estos encuentros.

El de hoy, es el encuentro femenino por excelencia. La  casa entera se convierte en algo similar a lo que sería, imagino, un gineceo griego,  la estancia en la que se recluía a las mujeres en la Antigua Grecia, para resguardarlas o, más bien,  apartarlas del espacio publico. Pero algo que no pueden conocer los hombres, por ser excluídos, es la energía tremendamente potente y apabullante que se genera en estos espacios, en los que solamente estamos nosotras, mejor dicho, ellas, mujeres tribales, sensuales, explosivas, jóvenes o mayores unidas aunque sólo sea por estos instantes.

Hoy se trata de vestir a la novia, acicalarla, atenderla, cuidarla y desearle lo mejor para la vida a partir de ahora. La fiesta de la henna forma parte del ritual tradicional de  la boda de la mujer marroquí. Como no estamos en Marruecos, no podemos llevarla al hammam para que sea masajeada allí con jabones y aceites . Aquí, una vez se ha arreglado el cabello en su casa, se la viste con un precioso vestido largo, blanco, con el que se la distinguirá del resto de invitadas, y se sentará, con su melena negra y  suelta sobre los hombros, en el sofá preparado para la ocasión.

Y, mientras vamos esperando a que lleguen todas las invitadas, desde diferentes lugares de la isla, e incluso desde Alicante , Barcelona, Bélgica y Holanda, una amiga tatúa con henna las manos de la protagonista, con unos tatuajes de filigrana, dibujos improvisados que parecen un zelig o mosaico árabe o andalusí plasmado en los dedos, en las manos, en las muñecas y  parte del antbrazo. Perfectas formas de flores, de hojas, de dibujos en espiral, adornarán sus manos estos días.
El resto de invitadas, una vez la novia está tatuada, vamos pasando de una en una por las manos de la tatuadora de henna, y nos dibuja también motivos vegetales en nuestras manos. Como símbolo de que hemos estado allí y somos parte de la fiesta.

Una vez estamos todas, van apareciendo los platos de suculenta comida, pollo con cebolla y almendras, cous cous con verduras, y algo de ternera. No podemos comer más, y aparece la fruta, después el te y las pastas, ésas verdaderas obras de arte que ha elaborado Ibtissem para la ocasión.

Y, se apartan las mesas, se sube el volumen de la música, y, una de las mujeres más mayores, sin pudor y sin vergüenza, se levanta moviendo hombros, manos y caderas: empieza el baile. El calor es asfixiante, pero la fuerza generada en aquella sala sólo se puede canalizar bailando, todas, al unísono, mientras las más tremendas van a buscar los panderos de piel de cabra, y forman un grupo musical en un minuto. Empieza la fiesta, mujeres de toda edad bailando, moviendo los vestidos al ritmo de las caderas y los hombros de una manera que sólo saben hacer ellas. Siento en estos momentos, la gran satisfacción de ser mujer y tener el privilegio de alimentarme de energía femenina, de erotismo y sensualidad a flor de piel, fluyendo por la simple ausencia de hombres en el recinto. Nos invade la euforia, somos mujeres, vamos a celebrarlo y desearle a la novia lo mejor para la nueva vida, aunque sepamos, para nuestros adentros, que nada es lo que parece.

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