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dimecres, 1 de desembre del 2021

Historias sin nombres (1)

 Tiene veintiséis años. Es joven, muy joven, para contener todo lo que le ha tocado vivir. Veo sus ojos brillantes por encima de la mascarilla. Unos ojos negros, de mirada profunda, algo triste, y, sobre todo, sincera. Me parece leer su historia en ellos. Le pregunto cómo ha llegado hasta aquí, qué o quién le ha traído hasta la isla, cómo fue su llegada, cómo fue su partida, qué cosas le han pasado, si se siente bien aquí, qué le ha gustado más, qué detesta, qué le gustaría hacer en el futuro, cuáles son sus anhelos. Sorprendido de que a alguien le interese su historia, me empieza a contar: 

 "Cuando tenía 15 años, mi padre murió, de cáncer, como tanta gente en el Rif. Había padecido mucho, y, un día, el cuerpo no aguantó. Dejó a mi madre con 9 hijos , yo era el quinto, justo el de enmedio. Estaba a punto de terminar la secundaria, pero la muerte de mi padre me sacó del instituto y me obligó a trabajar en nuestra granja de olivos. Una granja en el sureste de Marruecos, en Saka. Tú sabes, Saka, es pobre, muy pobre. Casi no hay agua, todo es muy seco, los olivos aguantan, pero nada más... unas cuantas cabras, nada más. Entonces, mi hermano mayor dio el paso. Se fue a Tánger, un día, con unos traficantes de haschís y personas, y de allí, en una de las lanchas que cruzan el estrecho, llegó a España. Pero tuvo mala suerte, y les cogieron en la costa, al llegar. Pasó unos meses detenido en un centro para inmigrantes y le devolvieron a Marruecos. Yo, mientras tanto, trabajaba en lo que salía. No sabía hacer muchas cosas, pero me puse a cuidar la granja, recoger verduras y frutas donde me llamasen, ayudar en las obras de las casas que los emigrantes se construyen en Marruecos con el dinero que ganan en Bélgica, en Holanda, en España,... Tú sabes... Cualquier cosa para mantener a mi madre y mis cuatro hermanos más pequeños que todavía están estudiando. 

    Cuando mi hermano regresó, se quedó para cuidar de la granja, y yo decidí marchar. Tenía veintidós  años. Me fui al Norte, a trabajar. Primero en el campo para ahorrar, y cuando tuve el dinero, me pagué el viaje desde Tánger hasta Tarifa. Un viaje de seis, poca gente, para llamar menos la atención, en una de las lanchas del haschís, como mi hermano. Llegamos sobre las seis de la tarde, un mes de septiembre, y nos escondimos en un bosque cercano, hasta llegar la noche. A mis otros compañeros de viaje los detuvieron. Por suerte yo pude escaparme y me puse a caminar, de noche, solo, sin saber muy bien hacia dónde iba. El móvil se había mojado en el viaje, hubo muchas olas, y se perdieron también los zapatos cuando llegamos a Tarifa. Todo fue muy rápido, bajamos de la lancha y nos pusimos a correr. Yo me quedé con los pantalones y la camiseta. Nada más: ni dinero, ni documentos, ni un teléfono con el que llamar a mi madre para decirle que había llegado y que estaba bien. 

    Caminé una hora, dos horas, no sé. Estaba oscuro, iba por una carretera, pensando que encontraría a alguien de mi país. Encontré a una señora española, le pedí si me podía hacer el favor de hacer una llamada para avisar a mi madre. Me dijo que no. Continué caminando, pensando que tenía que llegar a algún sitio donde alguien me dijera dónde estaba, y desde allí poder llamar a mis compatriotas de Almería, para que vinieran a recogerme. Pero no sabía el número de teléfono, solamente el de mi madre. Encontré a varias personas, nadie quiso prestarme su teléfono. Un hombre incluso me dijo que llamaría a la Policía. Me fui corriendo, sin zapatos, me dolían los pies. Al cabo de un rato, después de caminar mucho,  vi una pareja. Les pedí el teléfono para llamar a Marruecos, y el hombre me dejó el teléfono. Hablé con mi madre. Me dijo que llamaría a los familiares que viven en Almería, y ellos llamarían al teléfono de esta buena persona que me dejó llamar. Me llamaron al cabo de una hora. En este tiempo, la pareja me dejó entrar en su casa. Me dejaron ropa, zapatos, ducharme, comer algo y dormir en su casa... (pausa).... De verdad...., cuando tenga los papeles, cuando tenga la residencia.... voy a ir a verles. No me conocían de nada, y me dejaron dormir en su casa, me dejaron solo en la casa por la mañana, hasta que mis familiares llegaron desde Almería para recogerme. Muy buenas personas, de verdad. Me acuerdo muchas veces de ellos..., cuando pueda..., voy a ir a su casa, a darles las gracias... Yo me acuerdo muy bien dónde viven...., no me olvido".

    Sus ojos se pierden en ese episodio, busca con ellos mi mirada, y se nos humedecen los ojos a los dos. Él traga saliva, para seguir contándome su historia. Yo trato de contener la emoción. También trago saliva.   Sigo escuchándole. 

    "Estuve unos meses en Almería con mis familiares. Recogíamos tomates debajo de los plásticos, mucho calor,  insoportable, pero era trabajo para pagar un sitio donde dormir. Cuando pude, me fui a Málaga y en un avión llegué a Mallorca. Aquí vivía y vive un hermanastro mío, mayor que yo. Hace veintidós años que vive en Mallorca. Es también hijo de mi padre. Mi padre se quedó viudo, con cuatro hijos, y después se casó con mi madre. Mi hermanastro  me dejó vivir en su casa al principio, pero pronto conseguí trabajar en la obra. Yo quería trabajar para mandar dinero  a mi casa y no quería molestar a mi hermanastro. Él tiene su familia aquí, yo quería ser independiente. Aprendí a poner baldosas, a pintar, a trabajar en la construcción. A mi jefe le gustó como aprendía todo rápido. ¡Claro, tenía que aprender! Mi madre y mis hermanos esperaban el dinero que yo les enviaba. Ellos siguen estudiando. Tienen que estudiar. Yo habría continuado estudiando si no hubiese muerto mi padre. Me ha tocado muy duro. No quiero que mi hermano pequeño pase por lo que he pasado yo. Ahora quiero tener los papeles, ir a ver a mi madre y mis hermanos.... Hace casi cuatro años que no veo a mi madre.... La echo de menos.... Tengo ganas de ir a Marruecos, a mi casa, y que ella me vea, que estoy bien.... Quiero ver a mis hermanos y decirles que estudien, para que puedan trabajar en algo mejor que lo que me ha tocado a mi. Pero yo estoy contento ahora, les puedo ayudar. Me va bien, no me falta trabajo. Y guardo el dinero para enviarles a ellos. No me gusta ir al café. Me gusta estar en mi casa, tranquilo, cuando vuelvo del trabajo. A veces voy a casa de mi hermanastro. Está bien así. Cuando tenga los papeles, mejor.... Insch'Al·lah!"

    Hemos terminado. Él se va, me da la mano, me da las gracias, tocándose con su mano derecha el corazón. Le imito. Le agradezco que me haya contado su historia, tan humana, tan dura, tan cercana. 
    

dissabte, 20 de març del 2021

Esquitxos d'estiu.


                             Eren les set de l'horabaixa, d'un dia del mes d'agost, en aquell poblet mariner a vorera de mar, Azla, al nord del Marroc, camí de les muntanyes del Rif. La xafugor començava a baixar, una mica d'oratge de la mar entrava cap al desordenat poble que s'extèn muntanya amunt. Els carrers, polsossos, començaven a omplirs-se de criatures que sortien de les cases per jugar una estona als carrers. Nosaltres, el meu fill i jo, veniem de prendre un tè amb menta, al xiringuito de la platja, el millor tè que he pres mai al Marroc. Caminàvem cap a la casa on ens hospedàvem, a dalt del poble, caminant vorera de riu, el riu Azla, que dóna nom al poble. Les cases, disposades de manera desordenada, unes al costat de la carretera, altres, muntanya amunt, agrupades per famílies, donen un aspecte a Azla d'autenticitat, de vida real. Entre les cases, també de manera descolocada, hi ha horts de tomàtigues i altres hortalisses, arbres fruitals, cebes, julivert, cilantre, geranis, magraners, i, al fons, els caramulls de palla, ben tapats amb lones, que han de servir de ferratge a les bísties durant l'hivern. La vida del poble està entre la pesca tradicional i l'agricultura de subsistència, les cabres i els xots que pasturen lliurement per les terres al voltant del riu, vigilats pels més menuts de les cases. La llum en aquella hora de l'horabaixa, és indescriptible, encisadora, donant color als vermells de la terra i al verd dels arbres, provocant que no et cansis de mirar, tornant de la mar, com el sol ilumina les muntanyes del Rif, enfront, tan semblants geològicament a la Serra de Tramuntana. 
           

     I l'espectacle estava davant dels nostres ulls. Un bon grapat d'infants de totes les edats corrien, amb xancles, amb els peus nuus, darrera un tap vermell de plàstic, un tap de garrafa d'oli, que els hi servia de pilota per jugar el futbol de carrer. Feia goig mirar'ls, gaudien de valent, amb aquella sensació que dóna el joc en grup, a l'estiu, en temps de vacances escolars, quan no importen els minuts, el lloc i els mitjans. Quan la intenció és esbravar-se, després d'haver passat les avorrides hores de calor dins de les cases, esperant a que la vida al poble es torni a despertar. I aixecaven pols, amb les seves corregudes, disputant-se el preciat tap de garrafa, per , a cop de puntades de peu, aconseguir marcar un gol en una rudimentària porteria, dos poals de plàstic, abans de pintura, col.locats espontàniament al mig del descampat, al costat de la carretera. Nins de sis, set , vuit anys, dirigits per els germans més grans, de deu, dotze anys, i alguna nina, corrent d'una banda a l'altre, rient, exclamant-se en dariya, yal.lah, yalah!, haggi!, haggi!, per indicar cap a on pegar la puntada. Amb calçons curts, llargs, camisetes de colors , xancles que fugen, i rialles, moltes rialles, perquè el tap, ha creuat el camí que els separava del riu i ha caigut rodant dins l'aigua.... La festa està assegurada, la calor fa tan atractiu aquell bassiot d'aigua del riu que tots van cap allà, i boten i trepitgen l'aigua, es lleven les sabates, les nines, que duen els calçons més llargs, els arromanguen i , sense sabates, entren esquitxant arreu  a tots, també a les mares, que havien cercat una ombra davall aquell poll d'aigua vora el riu. L'aigua esquitxa els seus vestits, i elles entren també en el joc. Les rialles, sanes, renoueres, ens desperten al meu fill i a mi una mitja rialla, i acudim a vorera de riu a contemplar aquella festa de l'aigua, que refresca els dies de l'agost asfixiant i feixug, en aquell indret del Marroc rural, que tant em recorda la meva infància. 




dissabte, 6 de febrer del 2021

Matinades.

    Són les sis del mati, apenes es veu la llum del sol al cel. Mirant cap al Nord, es veu la silueta de les muntanyes, despertant , tot en silenci, esperant les primeres veus dels aucells, saludant el nou dia. Encara es veuen alguns estels per la finestra del jardí, la lluna avui ja no hi és, i els primers raigos del sol despunten per l'alta finestra de la casa. 

    De sobte, l'horitzó va canviant de color. Una línia brillant separa el cel de la terra, de color groc intens, brillant, que en uns segons es torna rosat, vermell, taronja, tornassolat... és hora de volar, de sortir del niu, de sentir a la cara la fredor de la matinada, de caminar per els carrers, quan el poble desperta.  El silenci poc a poc desapareix, el substitueix el gall, que fa estona venia despertant-nos, i els vehicles comencen a moure's per transportar-n's  a la feina, a la ciutat, qui sap on.

    El despertar del dia és un atractiu a gaudir, allà on em trobi, a casa, de viatge, a la platja, a la muntanya. A l'estiu, quan les platges són buides i la mar està plana, transparent, neta, impoluta, sense estrenar, silenciosa, mostrant-n's els peixos que aprofiten la tranquilitat del moment per sortir i brillar sota l'aigua amb els primers raitjs del sol, m'agrada arribar la primera a la mar. L'aigua està quieta, la superficie ens deixa mirar com si d'un vidre es tractàs, el que passa dins d'ella, sense tocar, sense alçar la veu, sense tocar l'arena. 

    Poc a poc, amb els peus a la vorera, els meus dits van prenint contacte amb la mar, i, caminant, sentint la frescor al cos, em summergeixo dins del líquid, amb els ulls clucs, per sentir la fredor a la cara, als cabells,  al cos. L'aigua quieta, la platja muda, la llum del sol pipellejant sobre la mar, com espires de foc que no cremen, que es fonen dins de la mar. 

    I, així el record em ve, quan veig la llum del sol, que entra per la finestra de la casa, atravessant el vidre, en diagonal, dibuixant retxes a l'aire, iluminant parcialment l'habitació, a l'hivern, quan tenim el sol aprop, i llunyà, alhora. Quan despunta a les vuit del matí, tan suau, tan càlid, tan acollidor. Obrir les finestres, les persianes, les cortines, per deixar passar la calentor del breu instant i que ja no tornarà fins demà, o fins un altre dia, quan els núvols el deixin passar, cap a casa, cap al ametllers en flor del mes de febrer. 


 

 

dissabte, 17 d’octubre del 2020

Un libro nos trajo hasta aquí.

     Me ha sucedido varias veces, que un libro o su autor o autora me lleva a un viaje. Fue así con Julio Cortázar, con Gioconda Belli, con Gabriel García Márquez y con Antonio Machado. Hace dos años leí un libro, de un periodista marroquí, Hischam Houdaifa, en el que , para hablar de "Las olvidadas del Marruecos profundo", mencionaba los centros de escucha de la ciudad de Casablanca.  Había recomendado el libro Alberto Mrteh, en su blog El zoco del escriba.
 
    Yo había estado allí meses atrás, me pareció una ciudad caótica en la que no era necesario pasar allí más que lo justo para ir a ver la Mezquita. Sin embargo, me llamó tanto la atención lo que se contaba en el libro, que me puse en contacto con el periodista, para que me facilitara contactos en la ciudad para visitar uno de los  centros que menciona en su libro-denuncia " A la mujer y a la mula, vara dura. Las olvidadas del Marruecos profundo".
     
Hicham y Chadia, con PROSUD.
    Y bien, inesperadamente, me dijo que si iba a Casablanca, que pasara por su despacho, en el centro, y nos conoceríamos. La curiosidad por mi trabajo aquí con mujeres, la mayoría de ellas marroquíes, víctimas de trata y de violencia de género, fue el motivo de su invitación. 

    Después de una auténtica ginkama por la caótica Casa (como la llaman los marroquíes), sorteando rotondas, calles sin numeración que se bifurcan en dos, personas a las que preguntaba y me indicaban mal, conseguí llegar al edificio en el que Hicham y su mujer tienen la editorial "En toutes lettres". El portero amablemente me indicó el camino, en un laberinto de pasillos y ascensores imposibles de entender si es la primera vez que acudes al sitio. Casi igual que en el día anterior corriendo por Rabat en busca del centro anarquista. Las indicaciones son, pensé, como en Mallorca: ¿ves aquel semáforo de la derecha? pues no es allí, es a la izquierda...", tal cual en la isla, la cosa es liar al personal a ver cómo se las apaña para llegar a destino. 

    Bien, sorteados los obstáculos, me abre la puerta un despeinado y larguirucho hombre de una edad indefinida : no és un marroquí típico, tiene un aire especialmente bohemio, casi me parece más un colombiano de Bogotá. Lo primero pido disculpas por que en realidad era el día anterior cuando teníamos cita, pero bajo mi insistencia, accedió a vernos al día siguiente. "Disculpas, el tren, no me aclaraba en la ciudad, si, es imposible en Marruecos llegar a tiempo,  dime, por qué te interesa tanto el libro, ¿qué tienes que ver tú en Mallorca con estas historias?"

    Y le cuento, que en Mallorca llevamos  años atendiendo a mujeres marroquíes, a las que ahora ya vamos conociendo mejor, pero que hay realidades que él nos acerca en el libro a través de las entrevistas, que me han ayudado a entender algunos hechos. Otras, las historias más duras , las de las mujeres prostituidas del barrio de Sbata, me han resultado casi insoportables de leer, por su crudeza. Y, quería acercarme a una de las asociaciones que las atiende, para saber en qué consiste su trabajo, y cómo podemos mejorar la atención a las mujeres con más dificultades. La conversación fue interesantísima, yo no quería robarle más tiempo, pero fue Hicham quien me explicó que estaba preparando un libro sobre la situación de la infancia en Marruecos, y que, recién había salido un libro con su editorial sobre las Señoras de la fresa, escrito por Chadia Arab. Me regaló un ejemplar, aún en francés, que leí con fruición de camino a Mallorca, pues sospechábamos  que algunas mujeres procedentes de Huelva habían llegado a la isla engañadas, para ser prostituídas. Este libro fue una ayuda estupenda para aclarar el caso de una mujer que atendíamos en el servicio de atención a mujeres víctimas.

    Y, al final de la entrevista, le pregunto: "Hicham, ¿tú irías a Mallorca a presentar tu libro?. ¡Excelente idea, cuando me digas!". Tanto, que en Marzo del 2020, un año después, él y Chadia estuvieron entre nosotros en una visita relámpago, inolvidable. Presentación en Palma, en Llibreria Lluna, entrevista en Diario de Mallorca,  dos sesiones en las Jornadas de Trabajo Social organizadas por el alumnado de la UIB,  y , lo mejor, un encuentro de los dos investigadores con Aina Pérez Duran y las mujeres del Projecte Acollida, unas cincuenta,  procedentes de Marruecos, residentes en Manacor. Esto fue el 12 de marzo de 2020, antes de que el COVID cambiara el panorama mundial y ellos tuvieran que regresar precipitadamente a sus respectivos hogares, Hicham en Marruecos, Chadia en Angers, Francia. 

    Esperamos poder volver a tenerles por aquí, para presentar el libro sobre la  infancia que ha preparado Hicham, y la traducción al español del libro de Chadia, Las señoras de la fresa. 

    Escribir para viajar, viajar para escribir. 

    

dissabte, 10 d’octubre del 2020

Causalidades casuales.

    

Puerto de Tánger
                

    Por fin, aquella tarde de octubre llegué a Tánger. No había preparado demasiado el viaje, como otras veces, que me movía a golpe de cita programada. Esta vez, algo me decía que iba perdiéndome cosas con tanta programación. Y, me dejé llevar. El barco atracó en Tanger Ville, a la una de la tarde, procedente de Tarifa. Una delicia de viaje. El barco es la mejor manera de llegar a Marruecos, pasar de un continente a otro, alejándote de Tarifa, divisando la costa de Tánger enfrente, como si la pudieses tocar. Y aquél dia de otoño, la luz era fabulosa. La luz del sol cuando se refleja en el mar, sin sombras, todo claridad, a mediodía. No se me olvida, no paraba de mirar por la ventana, se me hacía larga la hora de trayecto, deseaba poner los pies en Marruecos, pisar tierra y decir: ya estoy en casa otra vez. 

                                                       
    Y allí me esperaba Sofía, para llevarme junto con Mezuar, a comer un cuscús, en viernes. Qué más podía pedir. Y recibo un mensaje nada más conectarme al Wifi: el hijo de Zohra, mallorquín marroquí, me dice que no busque alojamiento, que me quedo en su casa. "Fabuloso", pensé, "no hay como venir a Marruecos sin planes concretos" . Había pensado ir a una pensión, pero eso me suponía hacer y deshacer equipaje cada día. Así que decidí quedarme en su casa, como campamento base para ir moviéndome por el norte del pais, según los planes que me fueran saliendo. 
 
    Después de comer, mis amigos tenían compromisos, por lo que me acomodé en la casa de mi amigo en pleno centro de Tánger, para descansar un poco antes de ponerme en marcha de nuevo. No podía creerme lo que estaba viendo. Parecía que había entrado en el escenario de una película, en la que el decorado de la casa me trasladaba a los años 50, al Tánger internacional. Impresionante. Y, nada más traspasar el umbral de la puerta, el cartel de la película "La vida perra de Juanita Narboni", un libro que me descubrió Alberto Mrteh, con quien había quedado en un rato, y que tenía intención de leer. Curioseé en la estantería de libros mientras trataba de conectarme al wifi de la casa. El libro de Angel Vázquez me saludaba. Mi amigo marroquí mallorquín me vio y me dijo: "he intentado leerlo, no me ha enganchado"... . Lo ojeé con interés, y con ganas de devorarlo, pensé en leerlo en la noche,  así que lo dejé para más tarde. Llamé a mis hijos en Mallorca nada más tener conexión, pero no pudimos hablar. Les quería contar que estaba bien , que había llegado a Marruecos y que me quedaba en ese magnífico escenario de película, como una reina. Pero ya se lo contaría más tarde. Tenía que ir a la presentación de la revista Sures a la Galería Kent, y  el tiempo era ya justo  para ducharme, salir a comprar una tarjeta de teléfono para estar comunicada con mis contactos en Marruecos, y llegar a la Galería, que no tenía del todo ubicada en el mapa. 
Tánger, entrada al Zoco
     
    Me había dicho Alberto que quizás llegaría, pero un poco más tarde, pues salía en tren desde Rabat. Encontré la Galería Kent, no conocía a nadie, me apunté en la lista de distribución y ojeé la revista /libro de relatos, sobre el desierto. "La camella y rosa"... compré dos, uno para traer hacia Mallorca, y otro para mi amiga Sofía, con quien tenía cita al día siguiente. Me senté entre desconocidos, muchos de  ellos, españoles residentes en Marruecos, otros en tránsito, otros marroquíes, franceses...no conocía a nadie, me entretenía imaginando sus vidas, mientras Santiago de Luca iba explicando el proceso de creación de este número, y algunos de los  participantes iban leyendo sus propios relatos. Al terminar, Alberto, que había llegado un poco antes, me presentó a algunas de las personas asistentes. Me dice: "a tu lado, estaban sentados dos amigos que han hecho un documental, sobre la vida del escritor del libro de Juanita Narboni, espera te los presento". 
     
    Y nos presenta: Pablo Macías y Soledad Villalba. Estaban en fase de promoción del documental "La vida perra" . Y empezamos a hablar, porque el tema no me era desconocido. Mi amigo, en Mallorca, estaba en promoción también de su documental, les conté, y allí empezó la concatenación de casualidades. Pablo había estado hablando con una productora de Mallorca en la misma tarde. Impresionante. A todo esto, ante la sorpresa por la coincidencia, les conté que al llegar a la casa en la que me alojaba en Tánger, lo primero que me había llamado la atención era el cartel de la película. Y que tenía pendiente el libro. Y que ... en fin, que estaba encantada de llegar a Tánger y encontrarme con todo esto. 
     
    Entre emoción y emoción, Alberto dijo que se iba a reservar una habitación en una pensión, y nos acercamos hasta una de las más cercanas, en las calles que bajan desde la Avenida hasta el puerto. Me interesaba saber dónde podía encontrar una pensión por allí por si el escenario de película resultaba ser un farol, y tenía que salir por piernas de allí. 
    
     La noche continuó, en un lugar de la zona, con cena incluida a la que no me quedé, pero no sin antes ponernos al día Alberto y yo, saboreando una Casablanca, en aquel local de cenas, concierto y copas tan distinto de lo que yo imaginaba las primeras veces que llegué a Marruecos. 
       
     esta historia, que la tenía en el cuaderno, ha salido aquí por la proyección en abierto del documental "La vida perra" que compartió Maribel Méndez, en la página del Instituto Cervantes de Fez. Una delicia, un descubrimiento en todos los sentidos, y unas ganas tremendas de volver a pisar Tánger.
     
    Creo que echo mucho de menos Marruecos, ahora que se cumple un año desde el último viaje.

dijous, 9 d’abril del 2020

Recordando Fez.

Patio de la casa del Rabino
Era el mes de octubre, un octubre frío, lluvioso, en Fez, una ciudad que me atrapa sólo por su nombre: Fes, como la pronuncian sus habitantes, fasíes, o fesíes, aunque me gusta más la primera acepción. "Yo soy fasí ", dice mi amigo. No conocía el gentilicio, me gusta. ¡Cómo me gusta perderme en las calles de su medina! No sé muy bien a qué huele: tal vez a una mezcla de piel, del purín de las palomas almacenado en las curtidorías, del tinte de las tintorerías, que abocan sin filtro el sobrante al río que divide la medina, que, ése día, corría escandaloso por las abundantes lluvias de los días pasados.  Un olor que logré identificar al asomarme a ver el agua negra que descendía por el cauce, un olor que se esparce por la ciudad, de manera que con los ojos cerrados podría saber que estoy en Fez sólo por él, por este ambiente, entre agrio y fuerte, que parece que te penetra en la piel, en la ropa, y que no se te va de la memoria olfativa hasta unos días después. Ni tan siquiera el olor de los bocadillos de panaché tan típicos de la ciudad, logran tapar el olor de las curtidorías.
Me dejé llevar por mis amigos para pasear con ánimo de perdernos, nada de prisas, pues no son amigas de las estrecheces de sus calles. Fez , Fes, requiere calma para ir caminando, rodeada de gente, rodeada de personas que entran y salen de las tiendas, de los pequeños portales que albergan negocios diminutos, en los que todo está perfectamente desordenado, dentro de un orden antiguo, casi medieval, el que marca la distribución de la histórica ciudad, el orden de los gremios: los tintoreros, unos de los más famosos, los curtidores, los vendedores de cuero, los latoneros, los caldereros, los cuchilleros, y,  a su lado, las carnicerías, ...todo perfectamente organizado en un entramado aparentemente desordenado. Y la cotidianeidad de quienes la habitan, en su trasiego diario, para comprar el pan, la carne, o la pieza de latón que le hace falta para completar el armario de madera con pomos dorados....
Puerta a la casa más antigua
Y, en esa cotidianeidad, que es lo que más me gusta de las ciudades cuando estoy de visita, nos apareció, al asomarme a una callejuela bajo un arco, al final del barrio judío o mellah, una niña, que acababa de regresar a su casa desde la escuela. Me saludó, en francés, y me preguntó, con sonrisa y ojos vivos,  si quería ver la sinagoga de aquel barrio. Me giré hacia mis amigos, que eran además, mis guías por el laberinto, y los tres, aceptamos encantados, pues ellos tampoco conocían lo que la niña nos estaba describiendo por el camino hacia la sinagoga. Henza (nombre imaginario) dejó su mochila  en casa, y nos fue explicando que en aquel barrio se instalaron judíos que venían de Europa, y señalándonos una casa, estrecha y alta, diferente del resto de construcciones. Nos dice que allí vivió un rabino. La casa se construyó, según la inscripción en 1930. Ella se desenvolvía en varios idiomas, que , sin duda, ha ido aprendiendo imitando o escuchando a los turistas que por allí pasamos. Yo me relacionaba con ella en mi escaso francés, con la ayuda de los gestos.. Nos fue indicando, por el camino a la sinagoga, los aspectos más relevantes de su barrio. Uno de ellos, el hammam. Eran las dos de la tarde aproximadamente, y me invitó a entrar. Pasamos de la sala fría, en la que dejas tu ropa, a la sala templada, en aquel momento lleno de mujeres desnudas, que sin ningún pudor, se bañaban en el hammam, sin inmutarse por mi presencia.  Mientras, mis amigos nos esperaban en el callejón. Salimos enseguida, y seguimos caminando escaleras abajo, las callejuelas estrechas tienen escalones para evitar patinar. No pasan vehículos por aquellos callejones, solamente burros, muy característicos en la medina fasí.
Baño de las mujeres bajo la sinagoga
Y, de repente, nos abrió un portal que daba a un patio de una casa con una fuente enmedio,  desgastada por el uso, con un mosaico que va deshaciéndose por la humedad. Nos explicaba Henza, que es la casa más antigua del barrio, y que donde ahora vivían tres familias, antes vivía un rabino. Saludamos discretamente a los vecinos, y la niña nos indicó que  podíamos tomar fotos sin sacar a las personas. Aún así, pedí  permiso a sus inquilinas, en aquel momento estaban lavando en un lugar al lado del patio. Sin inmutarse, continuaron con su tarea como si tal cosa.
Y por fin , llegamos a la sinagoga. Entré yo sola, hasta el baño de las mujeres , situado justo debajo de la sala destinada da la oración. Se baja por una escalerita que parece que conduce a un zulo subterráneo, que, en realidad, lo es. Allí hay una especie de piscina pequeña, con una obertura en el techo a modo de respiradero. En esta sala, se bañaban las novias, antes de contraer matrimonio en la sala de arriba, la de oración que me había mostrado antes. Subí, por otra escalera, empinadísima, a la terraza. Estaba lloviznando y no apetecía  entretenerse arriba, sólo un momento para otear desde la pared de la terraza, y divisar, justo abajo, un cementerio, judío, con las tumbas orientadas hacia el mismo lugar, Jerusalén, y pintadas de color blanco. Un lujo, me dije. Fes se veía preciosa desde esta altura: sobre las casas, muchas terrazas, pegadas, que me hicieron pensar en  Fátima Mernisi y su novela "Sueños en el umbral" , cuando hablaba de la vida secreta de las mismaa, en la que los novios se podían ver desde lo alto, unos minutos al día, furtivamente, lejos de las miradas vigilantes de los mayores.
Salí de la sinagoga para decirle a Henza lo mucho que me ha gustado, pero ya no estaba. Mis amigos me esperaban pacientemente. Henza había desaparecido, y en su lugar,  un policía  hablaba tranquilamente con los vigilantes de la sinagoga.
Sentí que se hubise marchado así, me hubiese gustado conocer a su familia, seguro era hermana de un buen ejército de critaturas y jóvenes.
Fue, sin duda,  un lujo de paseo.

diumenge, 8 de març del 2020

El año nuevo Amazigh. Paseando por Rabat.

Vamos, el domingo a mediodía, un domingo de enero, al barrio del Agdal en Rabat. No acabo de entender el propósito de mi amigo Hassane, de llevarme allí. Debe tener algún sentido, pienso , porque no es un lugar para pasar un rato como turista ni para pasear, ya que no tiene más que un centro comercial y unas calles llenas de comercios caros, los cuales, me consta, que Hassane no frecuenta porque no forma parte de sus inquietudes.

Subimos al coche y no muy lejos de donde habíamos parado a comer, nos paramos de nuevo, esta vez en un aparcamiento de un centro cultural , en el que, según nos explica a su mujer y a mi, vamos a ver a un amigo al que le hacen un homenaje porque se ha jubilado. En la sala hay una exposición de pintura que aprovechamos para ver. Me asombra, o mejor dicho, me llama gratamente la atención  la cantidad  de galerías de arte, de murales en la calle, de certámenes de pintura que he visto en Marruecos. Me gusta esta sensación de poder ver la intimidad de las personas expresada en arte, que no entiende de idiomas y que es fácil para mi poder acceder a él.

La sorpresa va a venir cuando Hassane nos dice que podemos entrar en el teatro que hay justo enfrente del centro cultural en el que yo habia estado observando a un grupo de músicos y de baile vestidos de fiesta con la túnica de gala de color verde turquesa, con sus turbantes blancos elegantísimos y sus babuchas amarillas, preparándose a la entrada para actuar dentro del teatro. Se trataba de la celebración del nuevo año Amazigh, una celebración pagana, que tiene que ver con el ciclo de la cosecha: se agradece el nuevo ciclo que se abre, que es el de la siembra, bailando la música gnawa, tan rítmica y envolvente que enseguida crea un ambiente en el que todo el mundo se siente partícipe.


Yo me entusiasmo con la idea de entrar, aunque no estamos invitados, pero , sin problema, mejor dicho, con satisfacción, nos dejan pasar para presenciar lo que allí dentro va a acontecer, incluso con orgullo. Al ver que soy extranjera y que me acerco al escenario para poder ver mejor el espectáculo, el organizador del evento se me acerca para preguntarme si me gusta. Le contesto que me encanta, que es un regalo para mí poder entrar a ver una ceremonia tan sencilla y tan sentida. Las personas presentes se levantan y bailan los ritmos marcados por la música, las voces, sus patadas en el suelo...maravilloso espectáculo.

Al finalizar, para no molestar , salimos antes de que se sirva la comida. Imposible. Enseguida viene el organizador, quien, al ver que nos vamos, nos  advierte gesticulando con la mano en el corazón, que no podemos irnos de allí sin probar la cocina típica bereber : consiste en una especie de potaje con varias legumbres y un postre hecho con cus cus y una salsa de almendras dulce . Este último no lo podemos probar porque tenemos que irnos. Nos entrega un recipiente para que podamos llevarlo a casa. Parece bien denso el alimento, con maiz, frijol blanco, y una especie de sémola gruesa que le da un aspecto poco apetecible pero con un aroma estupendo. 


Una delicia de celebración, le agradezco el atrevimiento a Hassane por habernos llevado a tal sitio, he hecho videos y fotos porque quiero compartirlo con las mujeres marroquíes de Mallorca. Actos sencillos que no se olvidan.

Nos vamos a casa, yo necesito cambiar dinero, y vamos a dar una vuelta con Hassane por su barrio, sin que nadie pueda cambiarme unos euros. Es un barrio de Rabat lejano al centro, pura esencia de Marruecos, sus cafés, salones de tés, restaurantes económicos, sus tienditas de barrio, ésas que te surten de todo, niños y niñas jugando en la calle, jóvenes arreglando sus motos en equipo, ... ¡y mujeres que salen con sus cubos de casa para pasar la tarde del domingo en el hammam!. ¡Tentadora propuesta!. Me gusta la idea. Le pregunto a Hassane si hay planes antes de cenar y me dice: "si quieres ir, ¡ve! No lo preguntes, es tu momento. Y , bien, confieso que movida por el recuerdo del gran momento en el hammam de Zagora, y por la curiosidad del contraste, me voy a sumergir en el hammam del barrio, nada glamuroso, pero auténtico por lo que veo desde el exterior.
Lo siento, el relato del hammam de Rabat será  otra entrada.