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dissabte, 17 d’octubre del 2020

Un libro nos trajo hasta aquí.

     Me ha sucedido varias veces, que un libro o su autor o autora me lleva a un viaje. Fue así con Julio Cortázar, con Gioconda Belli, con Gabriel García Márquez y con Antonio Machado. Hace dos años leí un libro, de un periodista marroquí, Hischam Houdaifa, en el que , para hablar de "Las olvidadas del Marruecos profundo", mencionaba los centros de escucha de la ciudad de Casablanca.  Había recomendado el libro Alberto Mrteh, en su blog El zoco del escriba.
 
    Yo había estado allí meses atrás, me pareció una ciudad caótica en la que no era necesario pasar allí más que lo justo para ir a ver la Mezquita. Sin embargo, me llamó tanto la atención lo que se contaba en el libro, que me puse en contacto con el periodista, para que me facilitara contactos en la ciudad para visitar uno de los  centros que menciona en su libro-denuncia " A la mujer y a la mula, vara dura. Las olvidadas del Marruecos profundo".
     
Hicham y Chadia, con PROSUD.
    Y bien, inesperadamente, me dijo que si iba a Casablanca, que pasara por su despacho, en el centro, y nos conoceríamos. La curiosidad por mi trabajo aquí con mujeres, la mayoría de ellas marroquíes, víctimas de trata y de violencia de género, fue el motivo de su invitación. 

    Después de una auténtica ginkama por la caótica Casa (como la llaman los marroquíes), sorteando rotondas, calles sin numeración que se bifurcan en dos, personas a las que preguntaba y me indicaban mal, conseguí llegar al edificio en el que Hicham y su mujer tienen la editorial "En toutes lettres". El portero amablemente me indicó el camino, en un laberinto de pasillos y ascensores imposibles de entender si es la primera vez que acudes al sitio. Casi igual que en el día anterior corriendo por Rabat en busca del centro anarquista. Las indicaciones son, pensé, como en Mallorca: ¿ves aquel semáforo de la derecha? pues no es allí, es a la izquierda...", tal cual en la isla, la cosa es liar al personal a ver cómo se las apaña para llegar a destino. 

    Bien, sorteados los obstáculos, me abre la puerta un despeinado y larguirucho hombre de una edad indefinida : no és un marroquí típico, tiene un aire especialmente bohemio, casi me parece más un colombiano de Bogotá. Lo primero pido disculpas por que en realidad era el día anterior cuando teníamos cita, pero bajo mi insistencia, accedió a vernos al día siguiente. "Disculpas, el tren, no me aclaraba en la ciudad, si, es imposible en Marruecos llegar a tiempo,  dime, por qué te interesa tanto el libro, ¿qué tienes que ver tú en Mallorca con estas historias?"

    Y le cuento, que en Mallorca llevamos  años atendiendo a mujeres marroquíes, a las que ahora ya vamos conociendo mejor, pero que hay realidades que él nos acerca en el libro a través de las entrevistas, que me han ayudado a entender algunos hechos. Otras, las historias más duras , las de las mujeres prostituidas del barrio de Sbata, me han resultado casi insoportables de leer, por su crudeza. Y, quería acercarme a una de las asociaciones que las atiende, para saber en qué consiste su trabajo, y cómo podemos mejorar la atención a las mujeres con más dificultades. La conversación fue interesantísima, yo no quería robarle más tiempo, pero fue Hicham quien me explicó que estaba preparando un libro sobre la situación de la infancia en Marruecos, y que, recién había salido un libro con su editorial sobre las Señoras de la fresa, escrito por Chadia Arab. Me regaló un ejemplar, aún en francés, que leí con fruición de camino a Mallorca, pues sospechábamos  que algunas mujeres procedentes de Huelva habían llegado a la isla engañadas, para ser prostituídas. Este libro fue una ayuda estupenda para aclarar el caso de una mujer que atendíamos en el servicio de atención a mujeres víctimas.

    Y, al final de la entrevista, le pregunto: "Hicham, ¿tú irías a Mallorca a presentar tu libro?. ¡Excelente idea, cuando me digas!". Tanto, que en Marzo del 2020, un año después, él y Chadia estuvieron entre nosotros en una visita relámpago, inolvidable. Presentación en Palma, en Llibreria Lluna, entrevista en Diario de Mallorca,  dos sesiones en las Jornadas de Trabajo Social organizadas por el alumnado de la UIB,  y , lo mejor, un encuentro de los dos investigadores con Aina Pérez Duran y las mujeres del Projecte Acollida, unas cincuenta,  procedentes de Marruecos, residentes en Manacor. Esto fue el 12 de marzo de 2020, antes de que el COVID cambiara el panorama mundial y ellos tuvieran que regresar precipitadamente a sus respectivos hogares, Hicham en Marruecos, Chadia en Angers, Francia. 

    Esperamos poder volver a tenerles por aquí, para presentar el libro sobre la  infancia que ha preparado Hicham, y la traducción al español del libro de Chadia, Las señoras de la fresa. 

    Escribir para viajar, viajar para escribir. 

    

dissabte, 10 d’octubre del 2020

Causalidades casuales.

    

Puerto de Tánger
                

    Por fin, aquella tarde de octubre llegué a Tánger. No había preparado demasiado el viaje, como otras veces, que me movía a golpe de cita programada. Esta vez, algo me decía que iba perdiéndome cosas con tanta programación. Y, me dejé llevar. El barco atracó en Tanger Ville, a la una de la tarde, procedente de Tarifa. Una delicia de viaje. El barco es la mejor manera de llegar a Marruecos, pasar de un continente a otro, alejándote de Tarifa, divisando la costa de Tánger enfrente, como si la pudieses tocar. Y aquél dia de otoño, la luz era fabulosa. La luz del sol cuando se refleja en el mar, sin sombras, todo claridad, a mediodía. No se me olvida, no paraba de mirar por la ventana, se me hacía larga la hora de trayecto, deseaba poner los pies en Marruecos, pisar tierra y decir: ya estoy en casa otra vez. 

                                                       
    Y allí me esperaba Sofía, para llevarme junto con Mezuar, a comer un cuscús, en viernes. Qué más podía pedir. Y recibo un mensaje nada más conectarme al Wifi: el hijo de Zohra, mallorquín marroquí, me dice que no busque alojamiento, que me quedo en su casa. "Fabuloso", pensé, "no hay como venir a Marruecos sin planes concretos" . Había pensado ir a una pensión, pero eso me suponía hacer y deshacer equipaje cada día. Así que decidí quedarme en su casa, como campamento base para ir moviéndome por el norte del pais, según los planes que me fueran saliendo. 
 
    Después de comer, mis amigos tenían compromisos, por lo que me acomodé en la casa de mi amigo en pleno centro de Tánger, para descansar un poco antes de ponerme en marcha de nuevo. No podía creerme lo que estaba viendo. Parecía que había entrado en el escenario de una película, en la que el decorado de la casa me trasladaba a los años 50, al Tánger internacional. Impresionante. Y, nada más traspasar el umbral de la puerta, el cartel de la película "La vida perra de Juanita Narboni", un libro que me descubrió Alberto Mrteh, con quien había quedado en un rato, y que tenía intención de leer. Curioseé en la estantería de libros mientras trataba de conectarme al wifi de la casa. El libro de Angel Vázquez me saludaba. Mi amigo marroquí mallorquín me vio y me dijo: "he intentado leerlo, no me ha enganchado"... . Lo ojeé con interés, y con ganas de devorarlo, pensé en leerlo en la noche,  así que lo dejé para más tarde. Llamé a mis hijos en Mallorca nada más tener conexión, pero no pudimos hablar. Les quería contar que estaba bien , que había llegado a Marruecos y que me quedaba en ese magnífico escenario de película, como una reina. Pero ya se lo contaría más tarde. Tenía que ir a la presentación de la revista Sures a la Galería Kent, y  el tiempo era ya justo  para ducharme, salir a comprar una tarjeta de teléfono para estar comunicada con mis contactos en Marruecos, y llegar a la Galería, que no tenía del todo ubicada en el mapa. 
Tánger, entrada al Zoco
     
    Me había dicho Alberto que quizás llegaría, pero un poco más tarde, pues salía en tren desde Rabat. Encontré la Galería Kent, no conocía a nadie, me apunté en la lista de distribución y ojeé la revista /libro de relatos, sobre el desierto. "La camella y rosa"... compré dos, uno para traer hacia Mallorca, y otro para mi amiga Sofía, con quien tenía cita al día siguiente. Me senté entre desconocidos, muchos de  ellos, españoles residentes en Marruecos, otros en tránsito, otros marroquíes, franceses...no conocía a nadie, me entretenía imaginando sus vidas, mientras Santiago de Luca iba explicando el proceso de creación de este número, y algunos de los  participantes iban leyendo sus propios relatos. Al terminar, Alberto, que había llegado un poco antes, me presentó a algunas de las personas asistentes. Me dice: "a tu lado, estaban sentados dos amigos que han hecho un documental, sobre la vida del escritor del libro de Juanita Narboni, espera te los presento". 
     
    Y nos presenta: Pablo Macías y Soledad Villalba. Estaban en fase de promoción del documental "La vida perra" . Y empezamos a hablar, porque el tema no me era desconocido. Mi amigo, en Mallorca, estaba en promoción también de su documental, les conté, y allí empezó la concatenación de casualidades. Pablo había estado hablando con una productora de Mallorca en la misma tarde. Impresionante. A todo esto, ante la sorpresa por la coincidencia, les conté que al llegar a la casa en la que me alojaba en Tánger, lo primero que me había llamado la atención era el cartel de la película. Y que tenía pendiente el libro. Y que ... en fin, que estaba encantada de llegar a Tánger y encontrarme con todo esto. 
     
    Entre emoción y emoción, Alberto dijo que se iba a reservar una habitación en una pensión, y nos acercamos hasta una de las más cercanas, en las calles que bajan desde la Avenida hasta el puerto. Me interesaba saber dónde podía encontrar una pensión por allí por si el escenario de película resultaba ser un farol, y tenía que salir por piernas de allí. 
    
     La noche continuó, en un lugar de la zona, con cena incluida a la que no me quedé, pero no sin antes ponernos al día Alberto y yo, saboreando una Casablanca, en aquel local de cenas, concierto y copas tan distinto de lo que yo imaginaba las primeras veces que llegué a Marruecos. 
       
     esta historia, que la tenía en el cuaderno, ha salido aquí por la proyección en abierto del documental "La vida perra" que compartió Maribel Méndez, en la página del Instituto Cervantes de Fez. Una delicia, un descubrimiento en todos los sentidos, y unas ganas tremendas de volver a pisar Tánger.
     
    Creo que echo mucho de menos Marruecos, ahora que se cumple un año desde el último viaje.

dijous, 9 d’abril del 2020

Recordando Fez.

Patio de la casa del Rabino
Era el mes de octubre, un octubre frío, lluvioso, en Fez, una ciudad que me atrapa sólo por su nombre: Fes, como la pronuncian sus habitantes, fasíes, o fesíes, aunque me gusta más la primera acepción. "Yo soy fasí ", dice mi amigo. No conocía el gentilicio, me gusta. ¡Cómo me gusta perderme en las calles de su medina! No sé muy bien a qué huele: tal vez a una mezcla de piel, del purín de las palomas almacenado en las curtidorías, del tinte de las tintorerías, que abocan sin filtro el sobrante al río que divide la medina, que, ése día, corría escandaloso por las abundantes lluvias de los días pasados.  Un olor que logré identificar al asomarme a ver el agua negra que descendía por el cauce, un olor que se esparce por la ciudad, de manera que con los ojos cerrados podría saber que estoy en Fez sólo por él, por este ambiente, entre agrio y fuerte, que parece que te penetra en la piel, en la ropa, y que no se te va de la memoria olfativa hasta unos días después. Ni tan siquiera el olor de los bocadillos de panaché tan típicos de la ciudad, logran tapar el olor de las curtidorías.
Me dejé llevar por mis amigos para pasear con ánimo de perdernos, nada de prisas, pues no son amigas de las estrecheces de sus calles. Fez , Fes, requiere calma para ir caminando, rodeada de gente, rodeada de personas que entran y salen de las tiendas, de los pequeños portales que albergan negocios diminutos, en los que todo está perfectamente desordenado, dentro de un orden antiguo, casi medieval, el que marca la distribución de la histórica ciudad, el orden de los gremios: los tintoreros, unos de los más famosos, los curtidores, los vendedores de cuero, los latoneros, los caldereros, los cuchilleros, y,  a su lado, las carnicerías, ...todo perfectamente organizado en un entramado aparentemente desordenado. Y la cotidianeidad de quienes la habitan, en su trasiego diario, para comprar el pan, la carne, o la pieza de latón que le hace falta para completar el armario de madera con pomos dorados....
Puerta a la casa más antigua
Y, en esa cotidianeidad, que es lo que más me gusta de las ciudades cuando estoy de visita, nos apareció, al asomarme a una callejuela bajo un arco, al final del barrio judío o mellah, una niña, que acababa de regresar a su casa desde la escuela. Me saludó, en francés, y me preguntó, con sonrisa y ojos vivos,  si quería ver la sinagoga de aquel barrio. Me giré hacia mis amigos, que eran además, mis guías por el laberinto, y los tres, aceptamos encantados, pues ellos tampoco conocían lo que la niña nos estaba describiendo por el camino hacia la sinagoga. Henza (nombre imaginario) dejó su mochila  en casa, y nos fue explicando que en aquel barrio se instalaron judíos que venían de Europa, y señalándonos una casa, estrecha y alta, diferente del resto de construcciones. Nos dice que allí vivió un rabino. La casa se construyó, según la inscripción en 1930. Ella se desenvolvía en varios idiomas, que , sin duda, ha ido aprendiendo imitando o escuchando a los turistas que por allí pasamos. Yo me relacionaba con ella en mi escaso francés, con la ayuda de los gestos.. Nos fue indicando, por el camino a la sinagoga, los aspectos más relevantes de su barrio. Uno de ellos, el hammam. Eran las dos de la tarde aproximadamente, y me invitó a entrar. Pasamos de la sala fría, en la que dejas tu ropa, a la sala templada, en aquel momento lleno de mujeres desnudas, que sin ningún pudor, se bañaban en el hammam, sin inmutarse por mi presencia.  Mientras, mis amigos nos esperaban en el callejón. Salimos enseguida, y seguimos caminando escaleras abajo, las callejuelas estrechas tienen escalones para evitar patinar. No pasan vehículos por aquellos callejones, solamente burros, muy característicos en la medina fasí.
Baño de las mujeres bajo la sinagoga
Y, de repente, nos abrió un portal que daba a un patio de una casa con una fuente enmedio,  desgastada por el uso, con un mosaico que va deshaciéndose por la humedad. Nos explicaba Henza, que es la casa más antigua del barrio, y que donde ahora vivían tres familias, antes vivía un rabino. Saludamos discretamente a los vecinos, y la niña nos indicó que  podíamos tomar fotos sin sacar a las personas. Aún así, pedí  permiso a sus inquilinas, en aquel momento estaban lavando en un lugar al lado del patio. Sin inmutarse, continuaron con su tarea como si tal cosa.
Y por fin , llegamos a la sinagoga. Entré yo sola, hasta el baño de las mujeres , situado justo debajo de la sala destinada da la oración. Se baja por una escalerita que parece que conduce a un zulo subterráneo, que, en realidad, lo es. Allí hay una especie de piscina pequeña, con una obertura en el techo a modo de respiradero. En esta sala, se bañaban las novias, antes de contraer matrimonio en la sala de arriba, la de oración que me había mostrado antes. Subí, por otra escalera, empinadísima, a la terraza. Estaba lloviznando y no apetecía  entretenerse arriba, sólo un momento para otear desde la pared de la terraza, y divisar, justo abajo, un cementerio, judío, con las tumbas orientadas hacia el mismo lugar, Jerusalén, y pintadas de color blanco. Un lujo, me dije. Fes se veía preciosa desde esta altura: sobre las casas, muchas terrazas, pegadas, que me hicieron pensar en  Fátima Mernisi y su novela "Sueños en el umbral" , cuando hablaba de la vida secreta de las mismaa, en la que los novios se podían ver desde lo alto, unos minutos al día, furtivamente, lejos de las miradas vigilantes de los mayores.
Salí de la sinagoga para decirle a Henza lo mucho que me ha gustado, pero ya no estaba. Mis amigos me esperaban pacientemente. Henza había desaparecido, y en su lugar,  un policía  hablaba tranquilamente con los vigilantes de la sinagoga.
Sentí que se hubise marchado así, me hubiese gustado conocer a su familia, seguro era hermana de un buen ejército de critaturas y jóvenes.
Fue, sin duda,  un lujo de paseo.

diumenge, 8 de març del 2020

El año nuevo Amazigh. Paseando por Rabat.

Vamos, el domingo a mediodía, un domingo de enero, al barrio del Agdal en Rabat. No acabo de entender el propósito de mi amigo Hassane, de llevarme allí. Debe tener algún sentido, pienso , porque no es un lugar para pasar un rato como turista ni para pasear, ya que no tiene más que un centro comercial y unas calles llenas de comercios caros, los cuales, me consta, que Hassane no frecuenta porque no forma parte de sus inquietudes.

Subimos al coche y no muy lejos de donde habíamos parado a comer, nos paramos de nuevo, esta vez en un aparcamiento de un centro cultural , en el que, según nos explica a su mujer y a mi, vamos a ver a un amigo al que le hacen un homenaje porque se ha jubilado. En la sala hay una exposición de pintura que aprovechamos para ver. Me asombra, o mejor dicho, me llama gratamente la atención  la cantidad  de galerías de arte, de murales en la calle, de certámenes de pintura que he visto en Marruecos. Me gusta esta sensación de poder ver la intimidad de las personas expresada en arte, que no entiende de idiomas y que es fácil para mi poder acceder a él.

La sorpresa va a venir cuando Hassane nos dice que podemos entrar en el teatro que hay justo enfrente del centro cultural en el que yo habia estado observando a un grupo de músicos y de baile vestidos de fiesta con la túnica de gala de color verde turquesa, con sus turbantes blancos elegantísimos y sus babuchas amarillas, preparándose a la entrada para actuar dentro del teatro. Se trataba de la celebración del nuevo año Amazigh, una celebración pagana, que tiene que ver con el ciclo de la cosecha: se agradece el nuevo ciclo que se abre, que es el de la siembra, bailando la música gnawa, tan rítmica y envolvente que enseguida crea un ambiente en el que todo el mundo se siente partícipe.


Yo me entusiasmo con la idea de entrar, aunque no estamos invitados, pero , sin problema, mejor dicho, con satisfacción, nos dejan pasar para presenciar lo que allí dentro va a acontecer, incluso con orgullo. Al ver que soy extranjera y que me acerco al escenario para poder ver mejor el espectáculo, el organizador del evento se me acerca para preguntarme si me gusta. Le contesto que me encanta, que es un regalo para mí poder entrar a ver una ceremonia tan sencilla y tan sentida. Las personas presentes se levantan y bailan los ritmos marcados por la música, las voces, sus patadas en el suelo...maravilloso espectáculo.

Al finalizar, para no molestar , salimos antes de que se sirva la comida. Imposible. Enseguida viene el organizador, quien, al ver que nos vamos, nos  advierte gesticulando con la mano en el corazón, que no podemos irnos de allí sin probar la cocina típica bereber : consiste en una especie de potaje con varias legumbres y un postre hecho con cus cus y una salsa de almendras dulce . Este último no lo podemos probar porque tenemos que irnos. Nos entrega un recipiente para que podamos llevarlo a casa. Parece bien denso el alimento, con maiz, frijol blanco, y una especie de sémola gruesa que le da un aspecto poco apetecible pero con un aroma estupendo. 


Una delicia de celebración, le agradezco el atrevimiento a Hassane por habernos llevado a tal sitio, he hecho videos y fotos porque quiero compartirlo con las mujeres marroquíes de Mallorca. Actos sencillos que no se olvidan.

Nos vamos a casa, yo necesito cambiar dinero, y vamos a dar una vuelta con Hassane por su barrio, sin que nadie pueda cambiarme unos euros. Es un barrio de Rabat lejano al centro, pura esencia de Marruecos, sus cafés, salones de tés, restaurantes económicos, sus tienditas de barrio, ésas que te surten de todo, niños y niñas jugando en la calle, jóvenes arreglando sus motos en equipo, ... ¡y mujeres que salen con sus cubos de casa para pasar la tarde del domingo en el hammam!. ¡Tentadora propuesta!. Me gusta la idea. Le pregunto a Hassane si hay planes antes de cenar y me dice: "si quieres ir, ¡ve! No lo preguntes, es tu momento. Y , bien, confieso que movida por el recuerdo del gran momento en el hammam de Zagora, y por la curiosidad del contraste, me voy a sumergir en el hammam del barrio, nada glamuroso, pero auténtico por lo que veo desde el exterior.
Lo siento, el relato del hammam de Rabat será  otra entrada.



dissabte, 8 de febrer del 2020

Construyendo un proyecto con Marruecos III. Curioseando en Rabat.

Después de la visita al Museo de Arte Contemporáneo Mohamed VI, me voy hacia el centro, a cinco minutos, para encontrarme con un escritor español que vive en Kenitra,  y que hoy me ha propuesto que comamos juntos antes de irnos a una charla-coloquio en un local cultural de la capital. Me espera en la Cafetería Renaissance, en pleno centro de Rabat, encima de los cines , en una primera planta a la que subo andando, y en la que inmediatamente me siento como en una película de los años 50.
Se sube por unas escaleras dobles, a un local de ambiente europeo , colonial , decadente y encantador. Y allí está Alberto Mrteh, sentado en una mesa pequeña, dando la espalda a una enorme ventana acristalada, provocando un efecto de contraluz, que me deslumbra y me impide verle , hasta que estoy casi encima de su mesa. El está escribiendo unas notas, me dice que está traduciendo un libro, y que tiene muchos frentes abiertos, que por éso ha venido antes para aprovechar el hueco para trabajar en el libro entre el horario del tren y la hora de nuestra cita.


No nos vamos a quedar, me cuenta que tiene previsto que vayamos a comer cerca de donde va a tener lugar el coloquio. Como yo no conozco la ciudad, me dejo asesorar y le sigo, no sin antes echar un vistazo a la Cafetería , sobre la que veo un escenario montado para tocar un grupo de música. Me comenta Alberto que es un lugar especial en el que se organizan conciertos y que es muy agradable el ambiente que se crea. Un lugar para tener en cuenta si regreso, mirando calendarios y posibilidades, muy interesante.



Vamos a comer a un restaurante muy típico, decorado como si se tratara de una jaima, encantador lugar y una atención inmejorable, un tagine de carne con ciruelas de ésos que no se olvidan y una ensalada que no podemos terminarnos. Yo, como con las manos, ya no puedo hacerlo con cubiertos en Marruecos, imposible, como con la mano derecha, que es como me sabe mejor todo, y dejo el plato y los cubiertos a parte para que se los lleven.
Sin reposar la comida, nos fuimos a la sede de una asociación Tilila,  en la que se ponía en marcha un club de lectura justo con el libro que hace poco tiempo había leído de Fátima Mernissi: "El Profeta y las mujeres. El Harén Político". El coloquio fue complicado para mí, recogí un 10% de lo que allí se debatió durante dos horas entre personas de diferentes edades y posiciones sociales, interesantísima experiencia , pensaba, inmersa sin saber muy bien cómo, en el mundo asociativo algo "background" de Marruecos.  Allí pude hacer algunos contactos sobre lo que yo buscaba, tarde fructífera  y llena de recuerdos ahora que lo estoy escribiendo, desde la lluvia del día, la búsqueda del lugar y la sorpresa al ver carteles de la CNT en las paredes de este local social gestionado, según pude imaginar, por un grupo de jóvenes muy alternativos, que en Mallorca, pocas personas tienen en el imaginario acerca de la juventud marroquí.
Me quedo de aquel lugar  con la foto de grupo, para poder transmitir la idea de lo que fue esta sesión, y , todo ello, casi sin entender lo que se habló, que fue mucho, muy intenso, y, sobre todo, con un perfecto respeto por entender y explicar, respetando turnos de palabra, la escucha y la profundidad de la lectura. Me sorprendió el análisis que son capaces de hacer jóvenes de unos 20 años sobre el Corán y de diferenciar lo que es Islam como religión .  Yo no conozco algo similar respecto al análisis de la Biblia Católica fuera de los entornos religiosos.
Como colofón, no puedo dejar de mencionar la entrañable presencia de  una espontánea que daría para un relato entero por su manera de entrar y de intervenir. Entró a la hora de haber iniciado el debate, disculpándose mientras atravesaba el círculo formado por las personas asistentes, interrumpiendo lo que en aquel momento se estaba debatiendo, para, en serio pero cómicamente, pedir un resumen de lo hablado hasta el momento. Era una mujer de unos sesenta años, vestida con ropa de joven estudiante universitaria estilo generación del '68, con un turbante amarillo a conjunto con su jersey del mismo color. Un personaje de lo más curioso, que fue la única en interrumpir y no respetar el turno de palabra, andándose por las ramas, como si hubiese venido a dar su charla, aprovechando un local en el que sabía que tendría audiencia. Al finalizar, haciendo gala de la insaciable curiosidad marroquí, se acercó a mi, en francés, lengua que puedo comprender si me hablan despacio, disparando a bocajarro una conversación que empezó por el color de mi jersey y mi pañuelo, y continuó sin saber hacia qué tema porque no pude entender nada más, sin poder recordarle que me tenía que hablar despacio. Yo la miraba con cara de "no entiendo nada" pero pareció no importarle y ella siguió su relato, que es en realidad lo que había venido a hacer: hablar de lo suyo. Afortunadamente, Alberto tuvo la ocurrencia de rescatarme para ir a echar un vistazo a la biblioteca de la asociación en la que puedes donar o comprar también , libros políticos, sobre todo. Me acerqué con curiosidad, a ver la estantería de la sección dedicada a Feminismos, con , por supuesto, varios libros de Fátima Mernissi y otras activistas árabes. Y allí me topé con uno de los asistentes a la charla, un psiquiatra que había conocido a Fátima Mernisi y que se interesó por mi trabajo con mujeres marroquíes en Mallorca. Él estaba tratando de ultimar la presentación de la Asociación Fatima Mernisi, una entidad que trata de visibilizar y trabajar para el empoderamiento de mujeres en zonas recónditas de Marruecos, en este caso, en el Atlas. Nos pasamos direcciones y quedamos en que nos mantendríamos en contacto. Interesante hallazgo, pensé yo, voy avanzando en mis propósitos de conocer asociaciones que intervengan con mujeres en zonas deprimidas. Aunque puede parecer que en la era de Internet todo está a nuestro alcance, me voy dando cuenta que aquí, como en Mallorca, de lo que se trata es de ir haciendo contactos, darte a conocer, explicar tus propósistos de aprender sobre el lugar, e, inmediatamente, se te van abriendo las puertas con más facilidad. Poco a poco, voy tejiendo una red que me va ayudando a configurarme una idea de lo que es el tejido asociativo en Marruecos.

Tras este intercambio de datos con este profesional, nos damos cuenta de que somos prácticamente los últimos en salir del local, los jóvenes que lo gestionan han recogido todo y están en la puerta para salir. Somos los últimos, hemos conseguido ser más curiosos que los propios marroquies. Al despedirme, les pregunto si van a colgar las fotos en su página de Facebook. Me interesa compartir la experiencia, como decía , porque no está en el imaginario mallorquín que existan grupos alternativos en Marruecos.

Continuando con mis andanzas, fuimos Alberto y yo, caminando refugiándonos de la lluvia de regreso al centro de la ciudad, sorteando lagunas formadas por el aguacero, en las avenidas de Rabat, en busca del "cuartel general" en el que se reúnen habitualmente mi amigo Hassane y su comité asociativo.
Llueve en Rabat. Es enero, hace frío. Y mi amigo Hassane nos espera en la terraza de su café del centro de la ciudad.