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dijous, 9 d’abril del 2020

Recordando Fez.

Patio de la casa del Rabino
Era el mes de octubre, un octubre frío, lluvioso, en Fez, una ciudad que me atrapa sólo por su nombre: Fes, como la pronuncian sus habitantes, fasíes, o fesíes, aunque me gusta más la primera acepción. "Yo soy fasí ", dice mi amigo. No conocía el gentilicio, me gusta. ¡Cómo me gusta perderme en las calles de su medina! No sé muy bien a qué huele: tal vez a una mezcla de piel, del purín de las palomas almacenado en las curtidorías, del tinte de las tintorerías, que abocan sin filtro el sobrante al río que divide la medina, que, ése día, corría escandaloso por las abundantes lluvias de los días pasados.  Un olor que logré identificar al asomarme a ver el agua negra que descendía por el cauce, un olor que se esparce por la ciudad, de manera que con los ojos cerrados podría saber que estoy en Fez sólo por él, por este ambiente, entre agrio y fuerte, que parece que te penetra en la piel, en la ropa, y que no se te va de la memoria olfativa hasta unos días después. Ni tan siquiera el olor de los bocadillos de panaché tan típicos de la ciudad, logran tapar el olor de las curtidorías.
Me dejé llevar por mis amigos para pasear con ánimo de perdernos, nada de prisas, pues no son amigas de las estrecheces de sus calles. Fez , Fes, requiere calma para ir caminando, rodeada de gente, rodeada de personas que entran y salen de las tiendas, de los pequeños portales que albergan negocios diminutos, en los que todo está perfectamente desordenado, dentro de un orden antiguo, casi medieval, el que marca la distribución de la histórica ciudad, el orden de los gremios: los tintoreros, unos de los más famosos, los curtidores, los vendedores de cuero, los latoneros, los caldereros, los cuchilleros, y,  a su lado, las carnicerías, ...todo perfectamente organizado en un entramado aparentemente desordenado. Y la cotidianeidad de quienes la habitan, en su trasiego diario, para comprar el pan, la carne, o la pieza de latón que le hace falta para completar el armario de madera con pomos dorados....
Puerta a la casa más antigua
Y, en esa cotidianeidad, que es lo que más me gusta de las ciudades cuando estoy de visita, nos apareció, al asomarme a una callejuela bajo un arco, al final del barrio judío o mellah, una niña, que acababa de regresar a su casa desde la escuela. Me saludó, en francés, y me preguntó, con sonrisa y ojos vivos,  si quería ver la sinagoga de aquel barrio. Me giré hacia mis amigos, que eran además, mis guías por el laberinto, y los tres, aceptamos encantados, pues ellos tampoco conocían lo que la niña nos estaba describiendo por el camino hacia la sinagoga. Henza (nombre imaginario) dejó su mochila  en casa, y nos fue explicando que en aquel barrio se instalaron judíos que venían de Europa, y señalándonos una casa, estrecha y alta, diferente del resto de construcciones. Nos dice que allí vivió un rabino. La casa se construyó, según la inscripción en 1930. Ella se desenvolvía en varios idiomas, que , sin duda, ha ido aprendiendo imitando o escuchando a los turistas que por allí pasamos. Yo me relacionaba con ella en mi escaso francés, con la ayuda de los gestos.. Nos fue indicando, por el camino a la sinagoga, los aspectos más relevantes de su barrio. Uno de ellos, el hammam. Eran las dos de la tarde aproximadamente, y me invitó a entrar. Pasamos de la sala fría, en la que dejas tu ropa, a la sala templada, en aquel momento lleno de mujeres desnudas, que sin ningún pudor, se bañaban en el hammam, sin inmutarse por mi presencia.  Mientras, mis amigos nos esperaban en el callejón. Salimos enseguida, y seguimos caminando escaleras abajo, las callejuelas estrechas tienen escalones para evitar patinar. No pasan vehículos por aquellos callejones, solamente burros, muy característicos en la medina fasí.
Baño de las mujeres bajo la sinagoga
Y, de repente, nos abrió un portal que daba a un patio de una casa con una fuente enmedio,  desgastada por el uso, con un mosaico que va deshaciéndose por la humedad. Nos explicaba Henza, que es la casa más antigua del barrio, y que donde ahora vivían tres familias, antes vivía un rabino. Saludamos discretamente a los vecinos, y la niña nos indicó que  podíamos tomar fotos sin sacar a las personas. Aún así, pedí  permiso a sus inquilinas, en aquel momento estaban lavando en un lugar al lado del patio. Sin inmutarse, continuaron con su tarea como si tal cosa.
Y por fin , llegamos a la sinagoga. Entré yo sola, hasta el baño de las mujeres , situado justo debajo de la sala destinada da la oración. Se baja por una escalerita que parece que conduce a un zulo subterráneo, que, en realidad, lo es. Allí hay una especie de piscina pequeña, con una obertura en el techo a modo de respiradero. En esta sala, se bañaban las novias, antes de contraer matrimonio en la sala de arriba, la de oración que me había mostrado antes. Subí, por otra escalera, empinadísima, a la terraza. Estaba lloviznando y no apetecía  entretenerse arriba, sólo un momento para otear desde la pared de la terraza, y divisar, justo abajo, un cementerio, judío, con las tumbas orientadas hacia el mismo lugar, Jerusalén, y pintadas de color blanco. Un lujo, me dije. Fes se veía preciosa desde esta altura: sobre las casas, muchas terrazas, pegadas, que me hicieron pensar en  Fátima Mernisi y su novela "Sueños en el umbral" , cuando hablaba de la vida secreta de las mismaa, en la que los novios se podían ver desde lo alto, unos minutos al día, furtivamente, lejos de las miradas vigilantes de los mayores.
Salí de la sinagoga para decirle a Henza lo mucho que me ha gustado, pero ya no estaba. Mis amigos me esperaban pacientemente. Henza había desaparecido, y en su lugar,  un policía  hablaba tranquilamente con los vigilantes de la sinagoga.
Sentí que se hubise marchado así, me hubiese gustado conocer a su familia, seguro era hermana de un buen ejército de critaturas y jóvenes.
Fue, sin duda,  un lujo de paseo.

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