Seguidors

diumenge, 17 de novembre del 2019

Mi lugar en Fez.



Es el lugar, en la medina de Fez, una medina que contrasta con la locura moderna en la ciudad de contrastes.
Al cruzar por cualquiera de las puertas de la medina de Fez, el olor, el ambiente, el ruido, el trasiego, los colores, las personas, los burros, las motos, el agua en el suelo, las miradas, los roces, los empujones, los puestecitos de libros  alternándose con ropas, bolsos y zapatos, te encandilan al pasar. La sensación de que los sentidos no dan a basto, las miradas se cruzan, en un espacio interpersonal reducido,  el olfato, la vista, el oído y hasta la libido se ponen en alerta. Y, sin saber el rumbo, me dejo empujar y arrastrar por las personas,  turistas y locales, que junto a mí, rozándome el brazo, el bolso, los pies, me indican sin quererlo, el camino. De pronto, tantas sensaciones me hacen perder de vista a mis amigos fasíes. Se han detenido a hablar con unos amigos suyos que trabajan en esta mágica medina. Encontrarse con amistades es frecuente, y los saludos, son absolutamente protocolarios.
_ Labass?
_ Labass?
_ Ua, mezyane. Shokran. Bher?
_ Bher, Shokran. Kulchi mezyane?
_ Nam, bher! Alhamdollillah
_ Alhamdollillah!
Se besan en las mejillas, se rozan las manos (la derecha) y ambos interlocutores se tocan con la misma mano cada uno el pecho a la altura del corazón. Señal de amistad, de que se comunican sus afectos.
Me presentan:
_ Una amiga de España.
_ Bienvenida!
_ Shokran.
Intercambian unas frases en dariya y seguimos caminando. La misma operación se repite cinco, seis, siete, no sé, pierdo la cuenta de a cuántísimas personas se han encontrado y han saludado antes de llegar a nuestro destino
Y seguimos caminando hasta el lugar al que nos dirigimos, un lugar que quienes se han convertido hoy en mis guías particulares frecuentan, un lugar especial, para ir a tomar té. Nada más, un té, atthai, con menta, shiba, geranio y salvia. Me dicen que es un lugar especial. Y lo debe ser, porque llegamos y no podemos entrar. En el local apenas caben seis personas, es pequeño, acogedor, simple, auténtico. Lo regenta un hombre sencillo, Ba Abdellah, el señor Abdellah. Un señor, sí. Me explican mis amigos que Ba es una manera de llamar a los hombres a quienes se les debe un respeto. Ba Abdellah transmite ese respeto. Es un hombre de edad indefinida, no sé si tiene sesenta y muchos, setenta y bastantes. No lo sé. Pero al llegar, me siento arropada por él, por su apariencia, su acogida, como si me estuviera diciendo que por ir con quien voy, soy bienvenida.
Y al vaciarse el lugar, nos sentamos, e inmediatamente mis amigos entablan conversación con él. Yo me limito a mirar la escena. Me encantaría tener a un hombre como Ba Abdellah en mi familia. Parece una persona llena de sabiduría, de estas personas que crean ambiente sólo con su presencia. Es de estatura más bien alta, corpulento pero delgado, va vestido sencillamente, pantalones de pana, un jersey gris y una bufanda vistosa de lana encima, un gorro tradicional hecho de ganchillo, que tapa su discreta calvicie, aunque asoman unos cortos cabellos grises.  Mejillas sonrosadas, sonrisa radiante, mirada sincera, sencilla, amorosa. Me ha embelesado la energía de paz que desprende. No me quiero mover de allí. Contemplo, desde mi discreto y sencillo asiento, cómo hace el té. Utiliza shiba (una clase de artemisa), hierbabuena de hojas intensamente verdes, salvia, y, para mi sorpresa, hojas de ése tipo de geranio que huele a limón.
Estamos sentadas tres personas en el lugar. Tiene unas sillas de hierro forjado con unos cojines redondos desgastados por el uso, y unas mesitas redondas de mosaico andalusí. Todo muy simple, sin adornos ni estilismos. Los vasos, los de toda la vida, altos, con unas huellas en la base, no paran de trabajar. Se vacían se lavan y se vuelven a llenar de hierbas y agua hirviendo. En la base, para no quemarse, se colocan unos vasitos de latón brillante que envuelven el vaso de cristal. Así podemos sorber el té sin quemarnos las manos, aunque la lengua queda abrasada si no sabes sorber como ellos lo hacen.
El ritual es continuo. Ba Abdellah vigila una caldera al fuego constantemente, con agua hirviendo, que va sacando desde el grifo metálico a unas jarritas también de metal, que son las que usa para ir llenando los vasos en los que previamente ha colocado las hojas de las diferentes hierbas. Todas bien apretadas, parece que no cabe el agua. Va a servir los nuestros. Pregunta a mis acompañantes si quiero azúcar. Asiento, y enseguida, me entrega mi vaso, con su base de metal, y el té humeante y ardiente, que me consuela al tenerlo entre mis manos, porque hoy hace frío y llueve en Fez.
Y mis amigos siguen hablando con él, mientras yo, entre sorbo y sorbo de té, me quedo mirando la vida de la medina que asoma por el portal de la minúscula tetería. Definitivamente, es mi lugar en Fez.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada

Puedes escribir aquí tus opiniones, aportaciones...Gracias.