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diumenge, 24 de març del 2019

Fresas: fruta maldita

(Los datos que expongo sobre el caso, son una mezcla de situaciones de diferentes mujeres a las que atiendo, para salvaguardar su privacidad).

Estoy desayunando cómodamente en mi casa, en el jardín, al sol. Me he preparado un suculento desayuno rememorando los desayunos irrepetibles de Marruecos, de ésos que te sirven  con café, pan con aceite, jugo de naranja, aceitunas, queso, mnsemn, miel, mermelada,.... y a veces un poco de fruta del tiempo. En esta época, serían fresas.
No tengo, es el primer año en el que he decidido no comprarlas, excepto si estoy segura de que están cultivadas en condiciones humanas y salubres, lo más cerca posible de mi casa.  Trato de ser coherente en lo que puedo y sé. Consumir producto local, comprar lo que me voy a comer, lo que es sano para mí y mi familia, y para el entorno. Cuantos menos quilómetros ha recorrido el producto, mejor. Más control tengo sobre lo que como. Huyo de modas en la comida. Practico la simplicidad. Cuando viajo, igual. Trato de comer producto fresco local. Nada de franquicias ni cosas envasadas de no sé dónde, en no sé qué condiciones, plastificadas, viajadas a lo largo de mares, carreteras y aviones. Demasiado coste energético para unos segundos de placer.
Y bien, me centro en las fresas, porque es el tema que me atañe desde hace unos meses.
Muchas personas vemos la televisión, sabemos lo que está pasando en los campos de las fresas, precisamente porque unas mujeres valientes, extranjeras en su mayoría, contratadas en condiciones infrahumanas en origen, se han atrevido a acudir a los tribunales para pedir auxilio ante tanto abuso.
Lástima que se han encontrado con un titán al que no sabían que tendrían que enfrentarse: el machismo, el patriarcado y, el racismo, la falta de ética y la falta de compromiso en la defensa de los derechos de las trabajadoras más vulnerables, las del sector agrícola.
A mi despacho, llegó una hace unos meses. No voy a describir su caso, pero sí su situación de partida, y su situación actual.
La llamaron para venir a España el año pasado. Quienes reclutan mujeres en Marruecos para la campaña de la fresa, saben muy bien lo que buscan: mujeres vulnerables, a ser posible analfabetas, con hijos, no muy guapas, muy pobres, que estén dispuestas a viajar unos meses a España para trabajar a destajo, vivir en barracones ("total, viven ya en situaciones similares en su pais", deben pensar sus contratadores), prometiéndoles un buen sueldo para sacar adelante a sus familias, a la vez que buscan que no estén asociadas, que no se conozcan entre ellas previamente ni que tengan contacto con ninguna asociación de Derechos humanos en Marruecos.
Bien, el cóctel perfecto para practicar la esclavitud. Les pagan una miseria, para que aún se sientan más vulnerables, y les ofrecen unos euritos como complemento si hacen los que les piden, o se lo dicen a su capataz para que le despida o no le pague lo que le toca.
Mal asesorada, la mujer que atiendo, vino a parar a Mallorca desde Huelva, en unas circunstancias que ni ella misma sabe explicar. Debe un dinero que tiene que devolver, no tiene autorización para trabajar y está  atrapada en España sin derechos como trabajadora que ha sido abusada y engañada, porque su autorización de residencia era temporal, de tan sólo unos meses para trabajar en la fresa, cobrar y regresar a su país. Si incumplía con el contrato, que ella no pudo leer porque, entre otras cosas, no habla español y es analfabeta en su propia lengua, perdía todos los derechos, y no se la puede contratar para la próxima campaña, ni para las siguientes. Así son las leyes.
No ha regresado a Marruecos porque debe dinero aquí, teme por represalias hacia su hijo de ocho años y su madre que residen en una ciudad importante de Marruecos, en un barrio muy pobre, en el que reside también el padre de su hijo y agresor de su expareja. No quiere volver sin saldar su deuda aquí, y sin tener dinero para dar a su familia, porque es lo que ellos esperan de ella. Además, será juzgada por sus vecinos y sus familiares, por haberse dejado abusar, por no haber mandado el dinero a tiempo, por no cumplir con los objetivos prometidos. Teme también al agresor, que es vecino y familiar a la vez.
Y, mientras tanto, aquí está, en Mallorca, perdida, desanimada, atrapada, a la espera de que pasen tres años para obtener el arraigo y la autorización de residencia por esta circunstancia. Y traer a su hijo en cuatro años, un hijo al que no habrá visto en todo este tiempo, que , si todo va bien, llegará aquí con  doce años, sin haber convivido con su madre, sin saber las lenguas de las islas que le exigirán para acabar la secundaria.
No me puedo quedar quieta ante estos casos. Hay que sacarlos a relucir para vergüenza de nuestras instituciones.
Tiene veintitrés años. ¿parece mentira? Pues es así.Y no es sólo ella. Hay más.

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