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dimecres, 19 de desembre del 2018

A propósito de Laura.

Cuando regreso a casa por la tarde, en invierno, al anochecer, me cruzo a menudo con personas que aprovechan los últimos rayos de sol para salir a entrenar, practicar su deporte favorito, gozando de la preciosa luz que nos ofrecen estos momentos, en un entorno que puedo imaginar tan tranquilo y bello como El Campillo, el pueblo donde Laura Luelmo se encontró con la muerte. 

Veo a hombres que corren solos,  a mujeres que salen solas, con su equipo , grupos de corredores y corredoras que se motivan entre ellos, parejas, .... y me quedo siempre mirándolas a ellas, pensando que van solas, que son carne de cañón, que corren riesgo.... Lo comento en el pueblo, donde apenas somos trescientas personas, y me dicen que aquí no pasa nada, que esto es seguro, que no sea malpensada, que qué va a pasar.

Y contesto, que no me gusta pensarlo, pero que mi experiencia es que el peligro está, que no debemos bajar la guardia, que me jode mucho pensar así, pero que cada día, en mi trabajo, me cuentan historias tremendas de violencia sobre nosotras, las mujeres, a manos de hombres que "nadie lo diría, parece un tipo normal". Claro que me gustaría no ver el peligro, sería fantástico salir seguras, sin miedo. Pero la realidad nos manda otros mensajes: si eres mujer y vas sola, corres peligrosamente.

Cuando tenía 13 años, en verano, mientras mis padres tenían que trabajar en el negocio familiar, yo iba a nadar y a entrenar a un polideportivo situado en un polígono industrial. Un autobús me dejaba enfrente y me recogía después también cuando, a las siete de la tarde, cerraban la piscina y en el polígono no quedaba un alma. Bien advertida por mis padres, no me salía jamás de la ruta.

Un día, perdí el autobús, y me puse a caminar hasta la carretera cercana, donde había unos bloques de viviendas y pasaba otro autobús más tarde. Intranquila, al poco tiempo, me di cuenta de que un coche, un Seat, modelo 850 amarillo pálido, iba despacio y parecía que buscaba aparcar. 

Se detuvo junto a mi, en la parada del autobús, aparcó, y se quedó enfrente de mi, mirándome, el conductor fijamente, un tipo moreno, con barba y gafas, pelo algo largo, camisa de manga corta y pantalón de tergal, que rozaba la tela con la mano de manera sospechosa, a la altura de su sexo. 

Mi corazón se disparó, lo sentía palpitar en mi boca, me quedé en shock, no podía ni correr, ni gritar, ni reaccionar. El tipo se sacó el pene por la bragueta y empezó a masturbarse sin dejar de mirarme. Recuerdo la escena y aún me palpita el corazón, recuerdo su cara, su barba, su lengua rozándose los labios, su mano subiendo y bajando, su miembro erecto entre sus dedos, .... 

Y nadie a quien pedir ayuda, nadie a quien señalarle para que lo vieran y lo detuvieran, ningún teléfono cerca, todas las naves cerradas, nadie circulando por la carretera. De repente, me vi corriendo por las calles del polígono hacia ninguna parte, el coche me siguió... o decidió irse... yo, como quien le lleva el diablo, sollozando, como por arte de magia, encontré una nave abierta, pintaban un yate sobre unos andamios, vi unos hombres, no podía hablar, lloraba desconsolada, me dijeron que me sentara, me dieron agua, me preguntaron qué me pasaba, salieron a ver lo que yo señalaba, no había nadie, y yo lloraba sin parar, las piernas me temblaban, sentía que el corazón me ahogaba....

Los operarios  fueron muy amables conmigo, me tranquilizaron , me pidieron el teléfono de casa para que me fueran a recoger..... y les pedí que por favor, no lo hicieran, que no quería que mis padres supieran lo que había pasado, temía que me prohibieran volver al polideportivo, donde tantas horas pasaba nadando y riendo con mis amigos, donde podía entrenar como atleta en un sitio seguro, "por favor, no digan nada, llévenme a casa y haré ver que no ha pasado nada". Accedieron y me llevaron a casa de mi abuela, quien , al verme, me leyó la cara de miedo y me preguntó si alguien me había hecho algo. Le dije que había discutido con una amiga, y que no tenía ganas de contar. No me creyó, pero me dejó estar callada. Me preguntó días más tarde, qué había pasado.

No le pude contar, no pude, porque el miedo se tragaba mis palabras. El hombre barbudo del coche, era el novio de la vecina de enfrente de mi portal, el del mismo rellano, a menos de diez metros de mi casa, entraba, todas las tardes después, imaginé, de salir de trabajar del polígono. El novio de mi vecina , por el mismo portal que yo, subía la misma escalera sin luz que yo, y cenaba en la casa que toda mi vida de adolescente tuve enfrente de mi. 

Era , decían mis padres, un tipo normal.

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