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divendres, 15 de febrer del 2019

Un baile.

El baile se volvió en puro erotismo, los cuerpos se habían acoplado uno al ritmo del otro, como dos respiraciones acompasándose, relajándose, hasta entrar en perfecta comunicación. Fuera, no había nadie, sólo la música, que iba marcando los movimientos, sin espectadores, sólo para ellos dos. Una energía impalpable salía de sus caderas, de las de ella, hacia él, esperando el retorno. Puro sexo, pura fuerza carnal, pura sensualidad, ardiente, en espiral, atravesando y envolviendo ambos cuerpos, sudados, por el balanceo, por la danza, por el deseo.
Cesó la música, se quedaron uno frente al otro, nadie alrededor, sólo sus ojos fijos, los de él en ella, los de ella, en él, esquivando su penetrante mirada, que dejaba al descubierto sus pensamientos. Unos ojos negros, brillantes, oscuros, sobre el blanco, que resaltaba sobre su oscura piel. Imposible huir de ésa mirada, los ojos de ella, quedaron atrapados, fijados en los de él , tratando de evitar aquéllo, tratando de hablar, cuando el aliento fallaba para articular cualquier palabra evasiva. Y surge la risa, una risa nerviosa, delatora, que les acerca, que les hace entrar en contacto, un momento en el que él aprovecha para cogerle la mano, acariciársela con seguridad y con una inmensa ternura, a escondidas, tratando de no mostrarse ante el círculo de personas que habían sido testigos de aquél baile. De repente, aquél espacio entre el escenario y ellos dos estaba lleno de gente, gente bailando a su alrededor, gente que también se había sentido partícipe de aquél ritmo. Y ellos, no la veían, no la habían percibido, tan absortos estaban en su baile. 
Noches después, la tensión erótica, la atracción, aumentaba. Se acercaban , se esquivaban, se miraban, hacían sexo con sólo un contacto visual. 
Inevitablemente, llegó el momento. Se quedaron a solas, uno enfrente del otro, titubeantes, se acercaron, él la rodeó con sus gruesos y firmes brazos, suavemente se acercó a su cara para , mientras la besaba en la mejilla, susurrarle al oído que la deseaba, respirándole cerca, calentándole el cuello con su aliento, hasta besarla suavemente, con miedo, en el espacio que el cabello deja sobre la nuca, hasta erizarle el vello, dejándola en absoluta parálisis, imposible resistirse a tal sensualidad. 
Se levantaron sin soltarse, se escondieron de la vista de los demás, sin decirse palabra, hasta encontrar el lugar íntimo en el que abrazarse, acercarse hasta estar pegados, sintiendo los latidos cada vez más acelerados, hasta rozarse los cuerpos, desde los sexos hasta los labios, y rozarse, rozarse para besarse, primero con timidez, para continuar con los labios pegados, respirando, con los ojos cerrados, pasándose el aliento de una boca a la otra, para empezar el juego con las lenguas, las manos de ella en su cuello, las de él en su espalda, apretándose los sexos, sin separar sus bocas, hasta caer sobre la manta, quitarse las ropas y rozarse desnudos sin pensarlo, sin temor a ser vistos, sin temor a ser escuchados, y cabalgar, rodar, copular, una boca buscando la otra, los labios de él mordiendo los de ella, la lengua de ella buscando la de él, hasta caer exhaustos, y , sudando, taparse con la manta hasta quedar rendidos, vencidos por el cansancio del baile que empezaron aquella noche bajo las estrellas al ritmo de los tambores. 
Sin aliento. 

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