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dimecres, 3 d’abril del 2019

Fracaso

Tenía una vida tranquila. A mis veinte años, mis padres me habían tratado siempre como a una princesa. Soy la menor de cuatro hermanos. Mi hermano mayor vive en Nueva York. Se fue a vivir allí con su mujer. Tiene un negocio que le funciona muy bien por lo que lleva una buena vida.  Mi hermana, la única hermana, está en Londres. Se casó con un primo mío y ahora tienen cuatro hijos. Ella no trabaja fuera de la casa, y su marido tiene un taxi. Mi otro hermano vive en Islamabad, todavía no se ha casado, él se ha quedado con el negocio familiar, porque mi padre sólo va por allí de vez en cuando. Yo me casé hace dos años, con el hombre que eligieron mis padres, un hombre que llevaba unos años en España, un amigo de la familia, que mis padres pensaron que sería un buen marido. Yo me casé con él sin conocerle, por poderes. Y al poco tiempo, me mudé a Barcelona. Sólo hablaba urdú y un poco de inglés. No sabía dónde estaba España, no sabía el idioma. Pensaba que no lo necesitaría con urgencia porque mi marido se encargaría de todo.
Al poco tiempo de llegar, él me pegó, me cogió por el cabello, me tiró al suelo, me arrastró y me dañó el brazo, de tal manera que tuve que ir al médico. Cuando me atendieron, yo no podía decir nada, no entendía nada de lo que la enfermera me preguntaba, estaba aturdida, no paraba de llorar, me dolía todo el cuerpo. Y la policía le detuvo, porque unos familiares se dieron cuenta de que había sido él quien me había golpeado.
Y entonces, empezó el siguiente infierno. Fui a un juicio, no entendí nada, no supe qué pasaba, no entendí por qué, no pude volver a mi casa, decían que él me podía volver a pegar. Entonces,  me llevaron a un centro en el que había más mujeres que habían sufrido agresiones, algunas con sus hijos. El sitio no me gustaba, no tenía una habitación para mí sola. No era lo que me habían explicado cuando me casaron con aquél hombre: estaría en una casa bonita, con mi marido, tendríamos hijos, me dedicaría a estar en la casa, cuidar de mis hijos si venían más, y sería feliz con mi vida en Europa.
Nada de eso sucedió. Todo fue doloroso: salir de mi pais fue duro, pero me esperaba una vida cómoda en Barcelona. Eso es lo que mis padres me habían contado. Sin embargo, todo se truncó de la noche a la mañana, cuando, después de mantener relaciones, él me dijo que soy fea, que no le gusto, que no sé hacer nada, que por él me puedo volver a mi país, que nos vamos a divorciar porque no soy una buena mujer para él.
Todavía es mi marido. No ha hecho ningún trámite para pedir el divorcio, y yo, tampoco. Mi familia me dice que no lo haga porque voy a perder mis derechos como residente en España, además de que no quieren que sea yo quien dé el paso, para ellos es un problema con la familia de él. Ellos pagaron una dote a mis padres para que nos casásemos, y si lo hacemos, mis padres tendrán que devolver el dinero entregado, unos tres mil euros. Es el precio que se pone a la felicidad, una felicidad que nadie podía pensar que se truncaría, porque nadie podía pensar en el fracaso. Sólo se podía prever el éxito, tener hijos, vivir muchos años de matrimonio.
Ahora , estoy aquí, sola, sin apenas entender el idioma, sin saber cómo he llegado a este lugar, cobrando una pequeña ayuda mientras no encuentro trabajo. Estoy muy sola, nada de familia, nada de amigas, nadie más que las compañeras que he conocido en el centro de acogida, sin saber muy bien a qué me puedo dedicar, en este país que de momento me acoge pero al que nada me une. Me siento abandonada por mi familia, que es quien me ha metido en todo esto, quien ha fracasado al escribir el guión de mi propia existencia, un guión del que no me permiten ser la protagonista, sino simplemente, la figurante.
En este momento, sólo puedo pensar: Fracaso.

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